miércoles, 8 de junio de 2011

La Canción del Arroyo.


Bajaron por un sendero olvidado hace muchos años, la hierba había crecido por doquier y a veces el rastro del camino que bajaba al riachuelo se perdía entre la vegetación. Había que imaginarlo a tramos, tarea nos siempre sencilla, a esas horas el cansancio ya había abollado las imaginaciones, así que encontrarlo fue más una tarea de perseverancia que de imaginación.

El sol estaba por ocultarse tras las montañas, un resplandor blanco que lo cegaba a uno parecía consumir los árboles en la cumbre. Metros abajo, iluminó un hilillo de plata. Ahí estaba el arroyo.

Ambos aceleraron el paso. Resbalando, entre emocionados y apurados por tener algo de luz para poder establecer el campamento continuaron el descenso, ella resbaló y golpeó contra una roca, dolió el golpe pero no se detuvo, continuó carrera abajo siguiendo su instinto para encontrar el mejor camino.

Pasaron con mucha dificultad entre una delgada abertura entre una roca gigantesca y por fin llegaron a ese hilo de agua que se arrastraba casi como un susurro en medio del bosque.

-Cuanto tiempo tenemos- preguntó él.
-Menos de 10 horas - contestó nerviosa, -Debemos apurarnos.

Él se arrodillo en la orilla del riachuelo y comenzó a buscar dentro de su mochila. Luego de sacar una bolsa llena cables y complicadas conexiones, extrajo por fin una caja de madera con dos orificios. Con cierta reverencia, de la caja de madera extrajo un aparato envuelto firmemente con maskin-tape y plástico de burbujas. Volteó a verla para decirle que lo disculpara por ocuparse de eso primero, pero ella sin decir nada le dio a entender que estaba bien, que ella se ocuparía de establecer el campamento para esa noche, que él se encargara de instalar el equipo, porque no había tiempo que perder.

- Será lindo escucharlo antes de que desaparezca bajo la presa - dijo concentrado, -Será una linda grabación.


Julio y Nadia se habían conocido en la universidad cuando coincidieron en algunas materias mientras estudiaban biología. Al poco tiempo de ser amigos comenzaron a tener una relación y de ahí en adelante no hubo fuerza que pudiera separarlos, ya que además del amor que sentían el uno por el otro, también descubrieron con el tiempo que tenían las mismas pasiones en la vida. Ante todo estaba el arte, la música, la naturaleza.

Así recorrieron festivales de música clásica y barroca, jazz, música experimental y electrónica, meditaron juntos acompañados por el canto de las ballenas, recorrieron pequeños poblados en el interior del país y se sorprendieron con el arte de lo lauderos... aún con todo ello, algo dentro de sus almas les decía que la música podía ser aún más extensa, que había millones de sonidos por descubrir, tal vez traídos de otras dimensiones, del interior de la tierra o del corazón. Leyeron sobre los conocimientos musicales obtenidos por Pitagoras, sobre la leyenda del templo de Memnon en Tebas, conocieron el órgano hidráulico en un festival de música antigua, vieron a un prodigioso músico belga tocar la armónica de cristal inventada por Benjamín Franklin en un video de youtube mirandolo emocionados. De la misma manera conocieron el hidroulófono, un instrumento recreativo que funcionaba por medio de la presión del agua. El agua podía hacer música.

Por mucho tiempo creyeron avanzar en su búsqueda, pero pronto fue claro que había limitaciones técnicas y en repetidas ocasiones llegaron a callejones sin salida. Tal vez no existía lo que ellos estaban buscando.

Muchas veces ella despertaba por la noche y le decía en un susurro:

- He escuchado música otra vez...
- ¿Otra vez? - el le contestaba medio dormido.
- Sí, otra vez. Y no se que instrumento podría producirla, el sonido me helaba el corazón y al mismo tiempo sentía un paz infinita... no se como describirlo mejor-.
- No te atormentes - le decía él, abrazándola, -Grábala como siempre, trata de describirla con silvidos y tarareos, mañana quizá le encontremos una explicación, o la manera de reproducirla, algo se nos ocurrirá- concluyó amoroso.

Y ella cerraba los ojos intentando dormir pero lloraba en silencio. Se decía a si misma "esa música debe de provenir de algún lugar, no se puede quedar en mi cabeza".

Él sabía el tormento que significaba guardar esa música extraña en su cabeza, no podía entenderlo del todo, pero la amaba y para él sus explicaciones eran suficientes para emprender esa extraña empresa de perseguir sonidos que no existían.

Sin embargo por mas que perseveraron, no encontraron una solución. Desalentados y frustrados regresaron a sus actividades cotidianas, se sumergieron en el trabajo y en la rutina. Él ni siquiera preguntaba que sucedía cuando por las noches ella brincaba despertando de un sueño. "Ella solo susurraba : "No es nada, duerme".

Los días se hicieron meses, los meses se hicieron años y de pronto la solución llegó como un torbellino cuando el asunto parecía haber sido olvidado y devorado por la rutina.

Ella leía una revista que alguien se había robado de algún avión mientras esperaba turno en su cita con el destista. En la publicación, aparecía un minúsculo artículo sobre un artista alemán que decía estar buscando el sonido de las rocas. Para él, decía, eran organismos viejísimos llenos de vida, tanto como las plantas o nosotros mismos. "Solo duermen" decía en el pie de la imagen. De pronto no se sintió tan sola. La llamaron para que entrara al consultorio. Arrancó la página de la revista y doblándola la metió en su bolsa de mano.

Para él la respuesta resultó ser una casualidad aún más extraña, sucediendo el mismo día que Nadia ojeaba la revista. Al empezar el mes había decidido comenzar a correr, le habían realizado una prueba de azúcar en la sangre y había salido bastante alta. Debía cuidarse, en su familia había un largo historial de diabeticos. Comenzó a correr todas las tardes luego de salir del trabajo, un amigo le había sugerido ir al "Sope" una pista ubicada en la Segunda Sección del Bosque de Chapultepec. Aquella tarde llegó a la pista como las semanas anteriores pero encontró que habían comenzado a darle mantenimiento y estaba cerrada por trechos. Decidió correr en el exterior, tenía años que no andaba por esas zonas. Llegó a la fuente del Tlaloc monumental, el cielo se puso rojo y comenzó a llover. Corrió a cubrirse a un edificio junto a la fuente. Vio a un policía que aburrido caminaba de un lado a otro cuidando el recinto, lo vio pararse y salir a caminar al exterior como revisando algo. Y entonces lo escuchó, era un sonido metálico, armónico pero desordenado al mismo tiempo, parecía no ser producido por manos humanas... su corazón se aceleró. Cuando el policía regreso, excitado le pregunto:

- ¿Que es ese sonido?, ¿que lo produce? - sus palabras temblaban de emoción.
- Ah... ¿ese sonido?... lo produce el agua - le dijo con una sonrisa complaciente, - Es la Cámara Lambdoma, está todo en la guía del sitio - y le señaló unos cuadros informativos cubiertos de acrílico.

Corrió a casa y le platicó su hallazgo a Nadia, Nadia le mostró excitada la página arrancada. Sus ojos brillaron de emoción, una puerta parecía abrirse en un mundo estandarizado de sonidos. Esa noche después de hacer el amor durmieron como santos. Nadia dejó que la música en su cabeza sonara sin tratar de contenerla, la dejó brotar a borbotones, ya encontraría la manera de que el mundo la escuchara.

De ahí en adelante se dedicaron a investigar todo lo que podían sobre lo que habían descubierto cada uno por su lado. Del artista alemán no encontraron nada, tal vez solo había sido una nota a la que no se le podía encontrar referencia como ocurría muchas veces cuando las publicaciones solo buscaban sorprender a sus lectores y tener su atención por unos breves segundos con notas asombrosas o desconcertantes.

Sobre la cámara Lambdona investigaron todo lo que pudieron, llegaron a Pitagoras, a Isaac Newton, a Barbara Hero... habían encontrado un hilo delgado e incierto, pero real, que los llevó finalmente a estar frente al creador de la Cámara Lambdoma que se encontraba acompañando al mural de Diego Rivera "El orígen de la vida" en el Cárcamo de Lerma, ahora de Dolores.

Cuando tuvieron frente a ellos a Ariel Guzik creyeron por un momento que de su boca emergerían los sonidos de la lambdona y no palabras comunes y corrientes. Estaban maravillados pero no sabían por donde comenzar a sorprenderse: por su juventud, por su valor para emprender la búsqueda de sonidos, por su silencio bondadoso o por su genialidad. Emocionados, platicaron toda esa noche con el sabio. Ahora sabían con toda certeza que no estaban solos, y que aunque eran pocos, había gente en el mundo buscando los sonidos ocultos tras la cortina del silencio.

Aquella noche fue una de las mas felices de su vida, luego de dejar la casa de Guzik subieron al carro y se quedaron en silencio todo el camino de regreso. Se llenaron la cabeza de sueños y se fueron a la cama con una sonrisa en el rostro.

Un mes después tocaron de nuevo a la puerta de Guzik, no le sorprendió verlos, desde su visita había pensado mucho en ellos. Los tres se miraron con ojos llenos de luz.

- Queremos escuchar lo que cantan los ríos, lo que canta el agua, en realidad... - le dijo ella con palabras atropelladas. Julio asintió casi suplicando con la mirada. - Lo queremos escuchar todo... - terminó ella con ojos emocionados.

Ariel Guzik lo comprendió todo perfectamente, bajó la mirada y comenzó a meditar sobre el asunto.

-Regresen en 6 meses - les dijo,- Creo que puedo ayudarles-.

Cuando Guzik les entregó aquella caja negra de metal, ellos no entendían muy bien que estaban recibiendo, pero sabían que era la respuesta a muchos años de preguntas y noches con sueños intranquilos, así que la tomaron con todo el respeto que se merecía como un objeto casi de culto, como un regalo de los dioses a la humanidad. Miraron a Guzik como un moderno Prometeo.

- Aún no se como llamarla - les dijo, - Es una cámara lambdoma portatil, magnificará los sonidos, aún los inaudibles, los que se esconden a nuestro oído. Ahora que la veo, creo que debió haber sido inventada hace siglos, tal vez la humanidad sería otra- sonrió. -Todos deberían tener una y cargarla consigo-.
- Es hermosa - dijo él.
- Sí - dijo orgulloso Guzik, -Sobre todo cuando hace cantar al agua-.

Agradecidos se deshicieron en halagos hacía el sabio que hacía cantar a los objetos inanimados, no había nada en el mundo que pudiera pagar un regalo tan maravilloso. Contentos, se marcharon entusiasmados, con la ilusión de escuchar al fin.

Durante meses viajaron a lugares donde había ríos, viajaron a la costa y escucharon un canto distinto al que conocían del mar, utilizaron la lambdoma en las fuentes de los jardines públicos y escucharon. Quedaron maravillados. Había tanto por escuchar... No se cansaban de buscar nuevas fuentes de sonido.

Una tarde mientras preparaban la cena al final del día ella le mostró un artículo en el periódico. En un pequeño recuadro aparecían unos tubos gigantescos y enormes maquinas de construcción. Era el pueblo de su abuela paterna, un lugar en en estado de Hidalgo. Inundarían una amplia región para construir una presa que suministraría energía eléctrica a toda la región. El recordó entonces que en su infancia había visto un arroyito abrirse paso entre el árido paisaje. Un arroyito que sin embargo, había logrado crear una delgada línea de bosque por donde quiera que pasaba. No necesitaron decir nada, la región se inundaría en dos días. Ni siquiera avisaron en sus trabajos. Empacaron la Cámara Lambdona y tomaron la autopista rumbo a esa región en el estado de Hidalgo.

Habían escuchado el canto del mar, de ríos impetuosos, de fuentes creadas por el hombre, de manantiales y hasta del agua del grifo. Sería una oportunidad única escuchar a un arroyo tan decidido a abrirse pasó entre el desierto, a esa lengüita de agua que le quitaba la sed a esas tierras áridas. Seguro tendría mucho que decir.

Y así, casi a oscuras, atropellando el paso habían llegado por fin a ese hilito de plata que zigzagueaba entre las duras piedras. Julio sacó la Lambdona y comenzó a conectar los cientos de agujas que amplificaban el sonido al entrar en contacto con el agua.

Un sonido frío y vasto como la oscuridad de la noche se escuchó en los altavoces. Los grillos dejaron de cantar. Todo el monte se quedó en silencio. Las montañas incluso parecían prestar oído. El riachuelo les ofrecía un concierto amplificado, como de cristal, como de rocas frotadose suavemente, como de viento y cosas frías, como de resequedad y abandono, de tantas cosas y al mismo tiempo de nada que conocieran.

Por respeto o por envidia, por el privilegio o por la alegría, desconectaron los altavoces y conectaron los audífonos. Se abrazaron en medio de una noche estrellada afuera de su tienda de campaña, mientras los reflejos del arroyo brincaban aquí y allá cantando en la quietud de la noche.

- Es hermoso - dijo ella y sonrió. Le dio un beso.
- Sí... - solo pudo decir él antes de que una lágrima temblara en uno de sus ojos, - Es hermoso-.


Cuento de: Ahuizotl Gutiérrez Castillo / Creel, Chihuahua, México 2011.

domingo, 5 de junio de 2011

La visita.


Cuando era niño emprendí un viaje de dos días atravesando nuestro vasto mar junto a mi padre. Mi padre en ese entonces era un hombre serio pero de sonrisa amable, ahora ya no tiene sonrisa. No hacíamos ese viaje muy a menudo, las distancias eran enormes y cada viaje era planeado de acuerdo a su utilidad. Pero aquel viaje fue distinto, no tenía ninguna finalidad que resultara en alguna ventaja para nuestra granja. No, en aquella ocasión solo visitaríamos a un tío y su pequeño hijo en el tiempo en que salían del mar las Almeeinas.

El viaje de dos días se hacía en un mar tranquilo de diminutas olas, pasando el punto más profundo de apenas 5 metros de profundidad todo el resto del viaje se realizaba en un extenso mar sin puntos de referencia con una profundidad de apenas 60 centímetros. Lo mejor en esas situaciones era usar un Molokk, una especie de cochinilla marina de gigantescas dimensiones que con sus miles de diminutas patas avanzaba enterrándolas en la arena. Para nuestro viaje, nosotros habíamos colocado una plataforma sobre su cuerpo anclandola a su dura coraza, con lo cual no se le hacía ningún daño a la noble vestía pues los tornillos se sujetaban a su gruesa corteza de piel muerta.

Como es tan baja el agua, a veces saltaba de la plataforma y caminaba al lado del molokk. Los pececillos se juntaban bajo su sombra y comían la materia orgánica que escarbaba con su patas. A veces me gustaba mirarle los ojillos pequeños y negros como de vidrio, me preguntaba que pasaría por su mente de cochinilla gigante marina. Nunca pareció molestarse, creo que era un trabajo sumamente sencillo de realizar y además le encantaba caminar por ese océano poco profundo. El mundo -mi mundo-, desde que salía el sol y aparecían nuestros dos diminutos satélites, era siempre de color naranja, y a veces hacia el atardecer, de un color rosado.

Mi papá en aquel tiempo tenía el cabello corto con el tradicional corte que le cubría las orejas, símbolo de su pertenencia al grupo de los agricultores, hombres valientes regados por todo ese mar en diminutos islotes. Recuerdo su cabello rojizo casi naranja apenas agitado por la brisa. Me ha mirado siempre con orgullo. En nuestra cultura las familias solo tienen dos hijos, una niña y un niño. Los hombres son educados en las labores del grupo al que pertenezca el padre, mientras que a las niñas se les instruye en toda clase de artes y ciencias, como predecir el mejor momento para sembrar un cultivo, conocer el ritmo de las mareas o leer las estrellas. Mi madre y mi hermana rara vez vienen a la granja, cada dos meses podemos visitarlas en el templo, pero aún en esas ocasiones, me parece que son dos desconocidas. Y es que sus mentes son tan elevadas para mi.

Los hombres somos más simples. Creo que mi padre a veces extraña a mi madre, se le nota la nostalgia en el brillo de los ojos. Pero no extraña a la mujer que es ahora, esa mujer que nos recibe en una sala privada en el templo con su cabello largo, teñido de un color añil atado en un complicado peinado, con su túnica también añil que le cubre hasta los pies. Creo que más bien extraña a la niña que conoció en una playa hace muchos años, en esos breves años en que los hombres pueden convivir con las mujeres aun niñas durante la misma estación en dos años distintos. Creo que entonces su sonrisa debió ser más grande por como lo recuerda todo. No se acostumbra contar como es que un hombre y una mujer se escogen pero alguna vez lo encontré distraído y un poco aturdido por los vapores de los alcoholes de fruta y entonces me contó como escogió a mi madre.

Mi madre corría con su cabello, aún rubio y corto por la playa con una túnica corta color rojo. Le sonrió y le mostró una concha de molusco con pintitas rosas. Supo entonces que quería preservarse con ella y creo que ella sintió lo mismo. Decidieron preservarse prometiéndose uno a otro. Ella al otro día partió rumbo al templo a reincorporarse a sus clases. Ocho años después se encontraron en la misma playa y cumplieron su promesa. Y crearon una nueva rama para sus familias. Solo una niña y un niño. Yo soy mayor que mi hermana por dos años.

Cuando llegamos al lugar donde vivía mi tío me dio gusto ver de nuevo tierra firme a pesar de que solo había estado en la plataforma por dos días. Salté y asuste a los peces que llevaban todo ese tiempo arremolinándose entre las pastas del molokk.

Corrí y como dicta la costumbre saludé primero a mi primo y le entregué un presente: una concha de sarakoal, muy rara, de un leve tono verde, toda una rareza. Luego saludé a mi tío. Mi padre y mí tío se metieron a la casa que era una bola blanca con un pequeño agujero en la parte de enfrente. Así eran las casas de toda esa zona, muy distintas a las nuestras en forma de cono.

Mí primo es algo digno de verse, con su cabello negro, no pude quitarle los ojos de encima, aún ahora solo conozco dos personas con el cabello oscuro. Mi padre me dijo que estaba bien que fuera a jugar con él, que él tenía asuntos importantes que tratar con mi tío.

Mi primo me llevó por un camino abierto entre la vegetación. Había muchas de esas semillas que flotan en el aire como burbujas y que se embarran en la ropa, no recuerdo su nombre. Es un poco desagradable pero uno termina por acostumbrarse, mí primo me aseguró que se pueden comer, pero yo no me atreví a probarlas. Caminamos unos cuantos minutos hasta llegar a otra playa protegida por una bahía pequeña. Había otros niños jugando entre las piedras y un joven mayor que nosotros tocando una especie de trompeta curva. Al vernos nos invitó a acercarnos a donde estaba y nos señaló hacía las olas. Ahí en el agua cercana a la playa se podían ver unas luces rojas jugando entre los reflejos del atardecer, mi primo y yo brincamos de emoción. Yo nunca había visto una Almeeina y tendrían que pasar 5 años más para que las volviera a ver así que estaba impaciente por verlas salir del mar para internarse en el bosque.

Las Almeeinas para ustedes que no las conocen, son una especie de gusanos gordos y transparentes de metro y medio de longitud, se arrastran desde el mar en donde pasan toda su vida o al menos eso se supone, porque cuando se internan en el mar nadie vuelve a verlas, al menos nadie de las personas que conozco dice haberlas visto durante esos cinco años que pasan en el mar. Mi hermana que pronto todo lo sabrá todo, me explicó que las Almeeinas son como enormes colmenas, como hormigueros, están llenas de túneles y agujeros por donde corren pequeños erizos rojos de patas articuladas que brillan con una intensa luz rojiza. Es como una enorme industria, la Almeeina los transporta dentro de su cuerpo y les sirve de casa y refugio mientras que esos erizos a los que nosotros conocemos con el nombre de Elús le proporcionan alimento, cuidan de ella, le dan limpieza y mantenimiento. Viven en ella y para ella toda su vida que se cuenta en cientos de años, son organismos viejísimos. Además del atractivo de verlas salir del mar con sus cientos de luces rojas corriendo de un lado a otro, su llegada se toma como un buen augurio para las playas en donde aparecen, pues se ha comprobado que en su paso mientras se internan el el bosque exudan preciosos nutrientes que los agricultores agradecen pues les otorgan grandes beneficios a los cultivos.

Seguimos algunas al bosque, tocamos una, era gelatinosa. Pronto en el lugar en donde la tocamos los Elús se juntaron para protegerla. La dejamos seguir su camino. Luego nos sentamos en la playa y seguimos contando cuantas llegaban jugando a ver quien contaba más. El cielo se cubrió de estrellas blancas mientras que en el mar seguían apareciendo miles de estrellas rojas.

Aún recuerdo ese viaje con mucha emoción. Mi primo me dijo que buscaría una niña de pelo oscuro para preservarse pues le encantaba ser tan único y despertar el asombro de todos en donde quiera que se presentara. Yo le desee suerte, pues encontrar una niña de pelo oscuro es aún más complicado que encontrar una sarakoal verde, mucho más complicado.

Pronto me tocará buscar una niña para preservarme. Me produce muchos nervios aunque mi padre y mi tío me aseguraron que los momentos de conversaciones y acuerdos con las niñas fueron los mejores días de sus vidas. Aún así me da un enorme terror. Platiqué aquella vez mucho al respecto con mí primo, pero él al contrario de mí se sentía profundamente ansioso y emocionado porque pronto llegara ese día.

A veces me pregunto si habrá Almeeinas en planetas de aquellas estrellas blancas, o si habrá niños correteandolas. También me pregunto si en esos planetas habrá niñas como las nuestras jugando con las olas, y no bolas de gas voraces, como aseguran mi madre y mi hermana, ellas que lo han estudiado todo.

Ese fue un tiempo bonito. Me despido. Que tengan hermosas vistas del cielo donde quiera que sus ojos se abran en este inmenso universo.

Saludos
Etuc.


Cuento de Ahuizotl Gutiérrez Castillo / Escrito en Creel, Chihuahua, imaginado en Costa Esmeralda, Veracruz, México 2011.