domingo, 5 de junio de 2011

La visita.


Cuando era niño emprendí un viaje de dos días atravesando nuestro vasto mar junto a mi padre. Mi padre en ese entonces era un hombre serio pero de sonrisa amable, ahora ya no tiene sonrisa. No hacíamos ese viaje muy a menudo, las distancias eran enormes y cada viaje era planeado de acuerdo a su utilidad. Pero aquel viaje fue distinto, no tenía ninguna finalidad que resultara en alguna ventaja para nuestra granja. No, en aquella ocasión solo visitaríamos a un tío y su pequeño hijo en el tiempo en que salían del mar las Almeeinas.

El viaje de dos días se hacía en un mar tranquilo de diminutas olas, pasando el punto más profundo de apenas 5 metros de profundidad todo el resto del viaje se realizaba en un extenso mar sin puntos de referencia con una profundidad de apenas 60 centímetros. Lo mejor en esas situaciones era usar un Molokk, una especie de cochinilla marina de gigantescas dimensiones que con sus miles de diminutas patas avanzaba enterrándolas en la arena. Para nuestro viaje, nosotros habíamos colocado una plataforma sobre su cuerpo anclandola a su dura coraza, con lo cual no se le hacía ningún daño a la noble vestía pues los tornillos se sujetaban a su gruesa corteza de piel muerta.

Como es tan baja el agua, a veces saltaba de la plataforma y caminaba al lado del molokk. Los pececillos se juntaban bajo su sombra y comían la materia orgánica que escarbaba con su patas. A veces me gustaba mirarle los ojillos pequeños y negros como de vidrio, me preguntaba que pasaría por su mente de cochinilla gigante marina. Nunca pareció molestarse, creo que era un trabajo sumamente sencillo de realizar y además le encantaba caminar por ese océano poco profundo. El mundo -mi mundo-, desde que salía el sol y aparecían nuestros dos diminutos satélites, era siempre de color naranja, y a veces hacia el atardecer, de un color rosado.

Mi papá en aquel tiempo tenía el cabello corto con el tradicional corte que le cubría las orejas, símbolo de su pertenencia al grupo de los agricultores, hombres valientes regados por todo ese mar en diminutos islotes. Recuerdo su cabello rojizo casi naranja apenas agitado por la brisa. Me ha mirado siempre con orgullo. En nuestra cultura las familias solo tienen dos hijos, una niña y un niño. Los hombres son educados en las labores del grupo al que pertenezca el padre, mientras que a las niñas se les instruye en toda clase de artes y ciencias, como predecir el mejor momento para sembrar un cultivo, conocer el ritmo de las mareas o leer las estrellas. Mi madre y mi hermana rara vez vienen a la granja, cada dos meses podemos visitarlas en el templo, pero aún en esas ocasiones, me parece que son dos desconocidas. Y es que sus mentes son tan elevadas para mi.

Los hombres somos más simples. Creo que mi padre a veces extraña a mi madre, se le nota la nostalgia en el brillo de los ojos. Pero no extraña a la mujer que es ahora, esa mujer que nos recibe en una sala privada en el templo con su cabello largo, teñido de un color añil atado en un complicado peinado, con su túnica también añil que le cubre hasta los pies. Creo que más bien extraña a la niña que conoció en una playa hace muchos años, en esos breves años en que los hombres pueden convivir con las mujeres aun niñas durante la misma estación en dos años distintos. Creo que entonces su sonrisa debió ser más grande por como lo recuerda todo. No se acostumbra contar como es que un hombre y una mujer se escogen pero alguna vez lo encontré distraído y un poco aturdido por los vapores de los alcoholes de fruta y entonces me contó como escogió a mi madre.

Mi madre corría con su cabello, aún rubio y corto por la playa con una túnica corta color rojo. Le sonrió y le mostró una concha de molusco con pintitas rosas. Supo entonces que quería preservarse con ella y creo que ella sintió lo mismo. Decidieron preservarse prometiéndose uno a otro. Ella al otro día partió rumbo al templo a reincorporarse a sus clases. Ocho años después se encontraron en la misma playa y cumplieron su promesa. Y crearon una nueva rama para sus familias. Solo una niña y un niño. Yo soy mayor que mi hermana por dos años.

Cuando llegamos al lugar donde vivía mi tío me dio gusto ver de nuevo tierra firme a pesar de que solo había estado en la plataforma por dos días. Salté y asuste a los peces que llevaban todo ese tiempo arremolinándose entre las pastas del molokk.

Corrí y como dicta la costumbre saludé primero a mi primo y le entregué un presente: una concha de sarakoal, muy rara, de un leve tono verde, toda una rareza. Luego saludé a mi tío. Mi padre y mí tío se metieron a la casa que era una bola blanca con un pequeño agujero en la parte de enfrente. Así eran las casas de toda esa zona, muy distintas a las nuestras en forma de cono.

Mí primo es algo digno de verse, con su cabello negro, no pude quitarle los ojos de encima, aún ahora solo conozco dos personas con el cabello oscuro. Mi padre me dijo que estaba bien que fuera a jugar con él, que él tenía asuntos importantes que tratar con mi tío.

Mi primo me llevó por un camino abierto entre la vegetación. Había muchas de esas semillas que flotan en el aire como burbujas y que se embarran en la ropa, no recuerdo su nombre. Es un poco desagradable pero uno termina por acostumbrarse, mí primo me aseguró que se pueden comer, pero yo no me atreví a probarlas. Caminamos unos cuantos minutos hasta llegar a otra playa protegida por una bahía pequeña. Había otros niños jugando entre las piedras y un joven mayor que nosotros tocando una especie de trompeta curva. Al vernos nos invitó a acercarnos a donde estaba y nos señaló hacía las olas. Ahí en el agua cercana a la playa se podían ver unas luces rojas jugando entre los reflejos del atardecer, mi primo y yo brincamos de emoción. Yo nunca había visto una Almeeina y tendrían que pasar 5 años más para que las volviera a ver así que estaba impaciente por verlas salir del mar para internarse en el bosque.

Las Almeeinas para ustedes que no las conocen, son una especie de gusanos gordos y transparentes de metro y medio de longitud, se arrastran desde el mar en donde pasan toda su vida o al menos eso se supone, porque cuando se internan en el mar nadie vuelve a verlas, al menos nadie de las personas que conozco dice haberlas visto durante esos cinco años que pasan en el mar. Mi hermana que pronto todo lo sabrá todo, me explicó que las Almeeinas son como enormes colmenas, como hormigueros, están llenas de túneles y agujeros por donde corren pequeños erizos rojos de patas articuladas que brillan con una intensa luz rojiza. Es como una enorme industria, la Almeeina los transporta dentro de su cuerpo y les sirve de casa y refugio mientras que esos erizos a los que nosotros conocemos con el nombre de Elús le proporcionan alimento, cuidan de ella, le dan limpieza y mantenimiento. Viven en ella y para ella toda su vida que se cuenta en cientos de años, son organismos viejísimos. Además del atractivo de verlas salir del mar con sus cientos de luces rojas corriendo de un lado a otro, su llegada se toma como un buen augurio para las playas en donde aparecen, pues se ha comprobado que en su paso mientras se internan el el bosque exudan preciosos nutrientes que los agricultores agradecen pues les otorgan grandes beneficios a los cultivos.

Seguimos algunas al bosque, tocamos una, era gelatinosa. Pronto en el lugar en donde la tocamos los Elús se juntaron para protegerla. La dejamos seguir su camino. Luego nos sentamos en la playa y seguimos contando cuantas llegaban jugando a ver quien contaba más. El cielo se cubrió de estrellas blancas mientras que en el mar seguían apareciendo miles de estrellas rojas.

Aún recuerdo ese viaje con mucha emoción. Mi primo me dijo que buscaría una niña de pelo oscuro para preservarse pues le encantaba ser tan único y despertar el asombro de todos en donde quiera que se presentara. Yo le desee suerte, pues encontrar una niña de pelo oscuro es aún más complicado que encontrar una sarakoal verde, mucho más complicado.

Pronto me tocará buscar una niña para preservarme. Me produce muchos nervios aunque mi padre y mi tío me aseguraron que los momentos de conversaciones y acuerdos con las niñas fueron los mejores días de sus vidas. Aún así me da un enorme terror. Platiqué aquella vez mucho al respecto con mí primo, pero él al contrario de mí se sentía profundamente ansioso y emocionado porque pronto llegara ese día.

A veces me pregunto si habrá Almeeinas en planetas de aquellas estrellas blancas, o si habrá niños correteandolas. También me pregunto si en esos planetas habrá niñas como las nuestras jugando con las olas, y no bolas de gas voraces, como aseguran mi madre y mi hermana, ellas que lo han estudiado todo.

Ese fue un tiempo bonito. Me despido. Que tengan hermosas vistas del cielo donde quiera que sus ojos se abran en este inmenso universo.

Saludos
Etuc.


Cuento de Ahuizotl Gutiérrez Castillo / Escrito en Creel, Chihuahua, imaginado en Costa Esmeralda, Veracruz, México 2011.


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