- Descansa ¿quieres?, intenta pensar en otra cosa, tal vez mañana te sientas mejor.
- No creo pero... gracias por escucharme, tal vez algún día deje de llorar...
- Eso espero, seguro que si. Cuídate.
- Si, igual descansa y perdona, necesitaba hablar con alguien. Te quiero.
- Yo también, descansa.
Colgó el teléfono y se recostó en la cama estirándose cuan larga era. Sus dedos se movieron en el aire con cierta ansiedad como desmenuzando una corriente inexistente. Suspiró y de nuevo comenzó a llorar desconsolada. Con cada sollozo su corazón se estremecía, parecía que había un hueco en el pecho que cada vez se hacía más y más grande y más doloroso. No quería saber de nada, que el mundo se fuera al demonio, no quería a nada ni a nadie.
Se apretó a su almohada y dejó que las lagrimas salieran a borbotones. "Si, quizás un día deje de llorar" - pensó. Y así llorando se quedó dormida bajo la azulosa luz de aquella noche.
De pronto ocurrió el prodigio:
Al poco tiempo de quedarse dormida, las lágrimas dejaron de brotar y se su lagrimal comenzó a resbalar un polvo fino que bajo la luz parecía hecho de cristal o de oro. Pronto esa arena fina como de reloj, comenzó a cubrirlo todo, surgieron dunas que pronto se vieron onduladas y moldeadas por el viento. Una pequeña luna llena apareció en el horizonte, justo a tiempo para ver esconderse a una tímida víbora cuyo rastro el viento pronto borró, la vida aparecía a pesar de todo entre las dunas de lagrimas secas.
Un par de diminutos camellos sedientos aparecieron de entre la arena arrastrada por el viento corriendo hacía el lagrimal, el cual lamieron intentando buscar las últimas gotas de llanto pero no encontraron nada. Junto a ellos llegaron dos beduinos cubiertos hasta el rostro con ropas resecas y arrugadas. Ansiosos se hincaron junto al lagrimal.
-¿Es aquí? - dijo con genuina curiosidad el más anciano.
- Si, aquí es - dijo Abe. - Ha sucedido un prodigio, de este lagrimal están brotando estos cristales, esta arenita, estas dunas, este desierto... no hay más lágrimas, terminaron por secarse - dijo preocupado.
- ¿Es mejor así no crees? - dijo tosiendo el viejo. - Hay tiempo para que se levanten los mares y otros tiempos para verdes valles y otros más para extensos desiertos.
- Si, es mejor así. Siempre hay tiempos para el dolor, otros tiempos para que se acabe y deben venir tiempos para las alegrías, hay que hacer espacio. Estos ojitos no llorarán lagrimas líquidas en mucho tiempo, el océano de desesperación se evaporó - dijo descubriéndose el rostro y esbozando una bella sonrisa. - Dejemos este desierto- dijo mientras tomaba a los camellos desilusionados y se ponía de nuevo en marcha.
Cuando el sol se levantó sobre el horizonte recortando a la ciudad gris, sus rayos luminosos entraron en la habitación. Ella abrió los ojos y sintió como si hubiera dormido durante décadas, se sentía tan fresca y tan descansada. Se estiró y se levantó para ver por la ventana. El viento del otoño ya se movía por las calles, tan nuevo, tan lleno de oportunidades. Sonrío aliviada, se sentía tan bien, ya no tenía ganas de seguir llorando.
Se desvistió y corrió hacia el baño, que bien le caería tomar una ducha para comenzar el día. Con una bata y su toalla se perdió entre los azulejos dejando brotar el agua de la regadera mientras cantaba.
La luna de su desierto estaba muy lejos, tal vez en el otro extremo del mundo. Estaba tan contenta y tan aliviada que no se dio cuenta de que el viento que entraba por la ventana ya barría las últimas lagrimas secas convertidas en cristales que se perdían en la alfombra y que una tímida viborita, diminuta, de aquel desierto, se esfumaba para siempre entre los pliegues de las sabanas blancas y la colcha azul.
Para Angela, con cariño y gran admiración.
Minificción soñada y escrita por Ahuizotl Gutiérrez, Ciudad de México 2011.
No hay comentarios:
Publicar un comentario