jueves, 25 de agosto de 2011

Naufragio



Llegué con Cecilia a la "Unidad Tecnológico" cuando comenzaba el verano. Luego de perdernos durante horas por casas, casas y mas casas del mismo color y el mismo estilo dimos con nuestra cerrada y nuestra casa: Cerrada de Cigüeña, Casa 29, un paraíso de casas ordenadas como fichas de dominó en tono crema y áreas verdes escasas y descuidadas.

Las casas 27 y 25 aún estaban en obra negra en ese entonces. Para nosotros estaba muy bien, eramos una pareja joven que solo necesitábamos un sitio pequeño y cómodo para llegar por las noches y cenar juntos. Cecilia había recién terminado un diplomado sobre comercio internacional y yo estaba por comenzar la maestría en esa universidad en el bajío tan lejos de nuestra familia y amigos. Me costó tanto convencerla, pero al final apelando a que yo la había apoyado en todos sus proyectos aceptó ir conmigo a ese olvidado paraje de la República y tratar de buscar trabajo en alguna de las empresas que comenzaban a establecerse en la zona.

No resultó como pensábamos. Pasaron los meses y nunca pudo acomodarse en ninguna empresa. Y en la que tal vez tuvo alguna oportunidad no quiso aceptarla porque el ambiente no le pareció apto para su desarrollo. Así que Cecilia se quedó en casa tratando de ordenar lo poco que trajimos en cajas y además se encargó de tratar de traer los servicios básicos como el cable y el teléfono a nuestro nuevo hogar.

Desde el primer día algo me dijo que no iba a funcionar pero mi terquedad y mi resolución a quedarme hicieron que pasara largas horas platicando con ella. Me decía que no había visto a ningún vecino en todos esos días, que había saludado a un hombre que se venía a las casas de enfrente y no le había devuelto el saludo, dijo además que había un gato y que cuando se descuidaba entraba y robaba comida, tenía miedo de que hubiera ratas, alacranes, arañas, no estaba segura de que las protecciones resistieran el ataque de la delincuencia, el agua de la llave le parecía turbia y por momentos un molesto olor a canal de aguas negras se metía hasta en los rincones más íntimos de la casa. La encontré llorando muchas veces desconsolada.

Para aumentar su descontento, las habitaciones de la planta alta no estaban terminadas y los cables de la instalación eléctrica aparecían por aquí y por allá. Decidimos quedarnos en la planta baja y ocupar el cuarto que en el folleto ilustrativo de la constructora decía que era el cuarto destinado al personal domestico, a la sirvienta pues, un cuarto pequeño y que daba al patio donde se tendía la ropa y estaba el calentador.

La tormenta comenzó días antes del desastre, debimos haberlo visto. Una tarde mientras poníamos unas repisas en la sala nos sorprendió una lluvia veraniega ligera y llena de luz que al final formó un arcoiris, llamé a Cecilia para mostrárselo desde la ventana pero ella me llamó alarmada pues había descubierto una gotera en uno de los cuartos de arriba. Con mucha prisa llevamos todas las cosas al cuarto de servicio y a la sala. Desde aquella noche dormimos apretados en un cuarto lleno de triques y cajas con nombres precisos sobre su contenido. Curiosamente algún efecto tuvo ese amontonamiento porque esa primera noche Cecilia se tornó cariñosa y hasta alegre, hicimos el amor toda la noche y por la mañana la descubrí cantando mientras hacía el desayuno.

Las tormentas tienen calmas engañosas, cielos como mantos que parecieran indicar que lo peor ha pasado pero que para hombres de mar y climatólogos sugieren una inevitable vorágine de agua, espuma y vientos aullantes. Eso sucedió precisamente. Dejé aquella mañana a Cecilia en nuestro hogar que ahora si sentíamos nuestro pensando que todo estaría bien. Por la tarde llegué acompañado de una oscura tormenta. Comimos en silencio, puse cubetas en todo el piso de arriba y una jerga en la entrada por si las jardineras se llenaban y brincaban algunas gotas hacia la entrada. Trabajé un poco sin que el agua cesara, Cecilia hizo té, nos fuimos a acostar. Esa noche ella se abrazó a mi con todas sus fuerzas cuando veía el resplandor del relámpago en la ventana o cuando esperaba el inevitable trueno. Me sentía tan macho en mi papel protector que la animé diciéndole que no tenía nada porque temer. En la madrugada hacia las tres un grito me despertó: era Cecilia que queriendo ir al baño había encontrado un charco, que no un arroyo que tímidamente se dirigía desde nuestra ventana abriéndose paso por la habitación esperando desembocar por la entrada. Saque mil jergas, ni siquiera supe cuando las había comprado pero el piso quedó cubierto de esa tela gris cremosa con rayas naranjas y rojas. Le dije que llamaría a la constructora para que vinieran a poner algún tipo de protección por la mañana.

Nuestras llamadas nunca encontraron respuesta, ya ni siquiera nos ponían musiquita relajante, simplemente el número ya no existía. Como hombre del hogar le dije que pasaría por el centro comerial que recién habían abierto sobre la autopista, yo me haría cargo, ¡si señor!.

Aquella tarde llegué un poco antes de lo esperado armado hasta los dientes con silicòn frío, barras de silicón para pistola caliente, yeso, plastilina hepóxica, un par de cubetas rojas (mi color favorito) y claro, más jergas. Pase varias horas hasta que se hizo de noche aplicando y tapando, colocando e inventado un campo de fuerza que nos protegiera de futuras inundaciones. Esa noche nos quedamos sin luz y cenamos con velas. Prendí mi radio de pilas y busqué alguna estación, encontré una débil señal de una estación que pasaba jazz, lo tomé como un buen augurio. Besé en la frente a Cecilia y nos acomodamos para dormir.

La tormenta llegó antes de la media noche cuando ya estábamos dormidos, los relámpagos hicieron temblar los cristales de la casa y el viento hinchaba puertas y ventanas, cuando comenzó a llover parecía que arrojaban peces desde el cielo porque los vidrios crujían. Con una lámpara comencé a revisar la casa y descubrí que tímidos hilillos de agua comenzaban a serpentear hacia el interior de la casa... no había tiempo para detenerlos, comencé a levantar papeles, zapatos, cajas de cartón y las amontoné sobre las sillas, sobre la cama, sobre la mesa del comedor. Cecilia brincaba en calzones y con mi camisa por toda la casa buscando sus cosas para ponerlas a salvo. Tomó la computadora y la puso encima de todo lo que ya estaba acumulado sobre la mesa. Detuvo a mis documentos de la escuela cuando eran arrastrados hacia la puerta, los extendió sobre un sillón. Prendimos velas que terminaban por apagarse con gotas muy decididas, nuestra linterna antes brillantes se volvió de luz ambarina. Derrotados y habiendo salvado gran parte de nuestros tesoros volvimos a la cama. Nos asomamos en la orilla como quien ve el mar desde un bote salvavidas. El agua antes tímida ahora corría por nuestra casa sin apenas reparar en nosotros. La tranquilicé diciéndole que toda tormenta termina por ceder y que a la mañana siguiente ya toda el agua se habría ido, además ya no había relámpagos. Escuchamos el agua y miramos el techo, tan oscuro como el cielo en un huracán. No pasó mucho tiempo antes de que volvieran los truenos y el cielo lanzara mas peces. Nuestra cama comenzó a moverse, a balancearse movida por las olas, los objetos que habíamos apilado se caían perdiéndose en la oscuridad como glaciares en el calentamiento global, como meros polvorones. Nos abrazamos. La cama crujía, la puerta se abrió y pude ver a mis cubetas rojas navegar por nuestra habitación hasta un remolino y salir de nuevo por donde habían llegado. La caja con los regalos de la tía Amelia las siguió pero no pudo alcanzarlas porque mojada como estaba terminó por hundirse derramando su contenido. Cecilia chillaba muerta de miedo, me llamó tirano, me dijo que ella nunca había querido venir a ese horrible lugar, me dijo que sus cremas seguramente terminarían en manos de los vecinos y por último me mentó la madre. Yo la apreté contra mí y no la dejé seguir hablando, me sujeté como pude a la cabecera de la cama y jalé las cobijas para taparnos.

Entre relámpagos, corrientes de aguas y cubetas flotantes nos abandonamos a la tormenta, nuestra cama-bote parecía sucumbir con cada nuevo embate, sin rumbo, sin dirección, sin timón y sin esperanza lloramos, reímos, nos enojamos y finalmente nos quedamos dormidos.

A la mañana siguiente el sol me recibió con sus potentes rayos, me encontraba en una costa desconocida donde sobresalían rocas de cartón cubiertas con vegetación de trapos y papeles, caminé abandonando el bote, la cama. Cecilia no se veía por ningún lado. Agotado tomé la maquina de escribir del piso y la volví a colocar sobre la mesa. Televisión, refrigerador y estufa, todo estaba húmedo. El césped de fotocopias brillaba con delicadas gotas de agua bien agarradas. La puerta estaba abierta, la escalera era una cascada seca. Nada prendía, nada funcionaba... y sobre el estéreo una nota rápida: "Me voy, atte: Cecilia. No me busques".

Amanecí en una costa desconocida, en un país sin nombre, arrojado por el mar a una tierra hecha de papel, cartón y recuerdos, todo me parecía conocido pero no podía siquiera nombrarlo con una palabra, agotado me senté en una roca que me recordaba a mi computadora. Lloré. Lloré por Cecilia, por nuestras cosas, por nuestro sueño de una vida feliz, por nuestros proyectos... lloré por el pinche contrato que había firmado con la constructora y que seguramente ahora iba camino al mar, a un mar de verdad...

Abatido me recogí en mi mismo sobre la roca computadora y miré hacia la puerta. "No me busques" dijo..., pues eso es precisamente lo que no haría. Ahora con la luz de la mañana podía abrirme paso entre las espesas matas de periódico y unisel, podía enfrentarme a serpientes eléctricas que chisporroteaban por doquier, "No Cecilia, no te voy a perder" me dije a mi mismo.

Antes de partir miré a la casa que yacía como un cetáceo encallado devorado por las gaviotas. Armado tan solo con mi abollada hombría al cinto y con el corazón extraviado me lancé tirando machetazos a diestra y siniestra internandome en la jungla. Quien sabe que peligros encontraría pero no me detendría hasta encontrar a mi amada. La tormenta me lo había quitado todo... ¡pero no me arrebataría a mi vieja, eso si que no señor!.

Avancé decidido, sobre la arena, sobre las copias.

Con amor para mi esposa Graciela, a quién no conocía pero ya imaginaba. 

Estación Creel, Bocoyna, Chihuahua, México 
Durante las lluvias del verano que vinieron a calmar los incendios.

martes, 9 de agosto de 2011

Diario de una casa: Llueve.



No ha dejado de llover en tres meses.  El suelo se ha lavado por arriba y por abajo, han crecido hongos por doquier y no dejan de crecer y dar hijos. Los hay naranjas y blancos, y etéreos, como sombrillas y como cojines cómodos, los veo y me recuerdo lo enmohecido de los muebles que mas que estar húmedos parecen navegar en la corriente.  Esta lluvia trae nostalgia, vértigo, no deja hacer nada mas que sumirse en libros de historias donde termina igual por llover, o uno solo se queda mirando el horizonte y los árboles desdibujados, y los animales que pasan escurridos como imaginando que existe un lugar del mundo seco y cálido.  Me ha invadido la nostalgia, esta casa me hace sentir alejada del mundo, como si los caminos tuvieran rutas laberinticas que me trajeran de regreso.  Puse mis maletas un tiempo cerca de la puerta con todo en punto arreglado, las ropas correctamente dobladas, los artículos de belleza oxidados, las cartas guardadas como cosa santa.  Seguro hasta doblé alguna polilla, alguna mariposa indiscreta y quedó ahí emparedada como cualquier otra camisa, como un cuello, como un puño.  Luego abandoné la idea, ver las maletas ahí en la entrada me creaba ansiedad y las regresé al cuarto pero aún no me animo a sacarla. 
Anoche entró una tromba, o al menos eso me pareció.  Desde mi cama mecida como un navío vi pasar una cubeta y después de la cubeta un ratón.  La casa comenzó a crujir desde sus cimientos, toda la madera se hinchó y una inundación de recuerdos llenó toda la casa.  Rostros conocidos, desconocidos y por conocer, cobijas y almohadas hinchadas llenas de cangrejos y muchas muchas cartas.  Encontré un reloj que creo que no marca los días ni las horas y me he quedado con él, porque así al menos no me desesperaré con el paso del tiempo o con su ausencia o con su monotonía.  Quisiera ir a casa pero ese lugar ya no existe mas que en mis recuerdos, ahí atesoro ese lugar con dulzura y dedicación.  Veo a mis hijos en sueños y los veo libres y luminosos y eso me resguarda el corazón. Intento que el agua no se meta dentro de mi casa torácica porque entonces si me ahogaría y el terror lo llenaría todo.  Intento imaginar quien vendrá, si alguien regresará de los que se han ido, si alguien llegara a llenar de luz esta casa.  Mientras tanto saco las 14 mil cubetas para reunir el agua de todas las goteras.  Mañana prepararé té de pensamiento verde, lo acompañaré con galletas hinchadas de agua y veré como me pinta el día.  Tengo que hacer un mejor menú, los pájaros azules rellenos de nube me los he ido acabando, los dejaré descansar algún tiempo.

lunes, 8 de agosto de 2011

Diario de una casa: Las rocas que cantan.



Luego de tener la casa llena de murmullos y sombras que van de un lado a otro me pareció conveniente dar un recorrido por la barda de piedra que rodea la propiedad y que por la neblina no se puede ser su completa extensión.  Para ello me ayudé de una anciana nativa que si bien no conocía la zona al menos parecía no tener miedo en internarse en esa blancura que lo desaparece todo.
Me dijo que mas adelante había unas rocas afiladas como cuchillos que con e viento adecuado silbaban y cortaban el aire produciendo un canto desencarnado.  No le di mucho crédito a sus palabras, al fin y al cabo para mi era una uva pasa andante, pero al ver aquella mole de piedra en la propiedad me convencí de que se había quedado corta en sus descripciones.  
La roca de un color ligeramente naranja aullaba como una manada de lobos hambrientos, pero cuando el viento caracoleaba entre sus cuchillas se escuchaba el débil sonido de flautas, silbatos, aves dentro de bolsas y cierto tamborileo. 
Era aterrador, quise correr, no había visto nada como eso en toda mi vida y me parecía aún más antinatural que estuviera ahí precisamente en la parte más profunda e imperturbable de el terreno donde quería yo establecer la posada. Traté de acercarme a la base aún con la piel chinita de terror pero no pude porque abajo había un grueso bloque de arbustos espinosos que me dejaron la piel surcada de zarpazos.  Le pedí a la anciana que regresaramos, pero entonces en un murmullo me dijo que no podíamos, que teníamos que esperar a que el viento sonara como pequeñas campanitas porque de lo contrario el viento nos haría jirones con increíble facilidad.  Le pregunté que como sabía todo eso, y ella me dijo que en ese lugar había perdido a varios de sus hermanos luego de que anduvieran buscando a los elefantes pigmeos que acostumbraban pastorear tierras arriba, era común que alguno de los paquidermos curiosos se extraviaran en el bosque y dieran con la piedra que cortaba el viento.  Yo le dije que  esas eran puras ideas de viejas a lo que solo guardó silencio disgustada y se sentó a esperar. Estaba por dar un paso para alejarme de esa locura de viento y sonidos cuando algo de sentido común me detuvo y avergonzada me senté junto a ella.
Pasaron tres o cuatro horas hasta que de pronto como si solo fuera un sueño del silencio apareció un débil sonido de campanitas y entonces como si solo tuviera la edad de una chiquilla la anciana se levantó y me tomó del brazo, corrimos ladera arriba hasta quedarnos sin aliento. Cuando nos detuvimos sentimos una cuchillada detrás de nosotros rebanando el viento.
De regreso encontramos varios cercos rotos o quemados por los borregos explosivos, eso no puede seguir así, las liebres ya no vienen a tomar el sol. Se de un cazador de borregos explosivos que utiliza puercos salvajes para acabar con ellos pero la última vez que se le vio andaba en una región remota.
Me gusta de la casa que llegan las golondrinas por montones y parecen no migrar a ninguna parte, se la pasan dando vueltas del techo a las rocas mas cercanas y de regreso, no se si encuentran alimento pero veo pender de sus nidos bastantes objetos que tal vez son echados de menos en algunos hogares. Ladronas. 
La casa estuvo llena de muchas voces en días pasados pero llegaron las lluvias y los cuartos se han ido quedando vacíos.  Tenemos 6 habitaciones ocupadas pero prontas a desocuparse, en una hay una pantera que se pierde durante días por los cerros y regresa hambrienta y con ganas de guerrear.  En otra hay una niña silenciosa y misteriosa que se parece a muchas cosas que he visto en el mundo y a ninguna, me intriga.  Hay un deportista de otro tiempo que parece haber venido a descansar del mundo y se ha sentido muy cómodo entre nosotros, no quiere irse pero tendrá que hacerlo.  Tal vez nuestras dos huéspedes, madre e hija se queden algunos meses con nosotros pero hay un total desanimo ante la poca presencia de aves rosas, dice que el bosque no es lo mismo sin ellas. Y yo, pues aquí estaré cuidando esta casa con sus ruidos y su polvo, quien sabe que otras cosas encontraré.


viernes, 5 de agosto de 2011

Diario de una casa: Casa Vacía.



Yo dejo casa vacía, para alejarme de el dolor, dejando atras todos los secretos, esta vez me alejo yo...
Eh prometido no volver, y llevarme hasta la ultima semilla, las flores muertas, ya caídas y desaparecer...

- Casa Vacía, Hello Seahorse!


Llegué a esta casa huyendo de un matrimonio lleno de abusos y de unos hijos que se desperdigaron por el mundo sin siquiera voltear a verme.  Caminé por las montañas, atravesé ríos, bajé a las cañadas mas abruptas desolada y con los ojos cubiertos de llanto.  Luego de muchos días caminando a la deriva me encontré rodeada de neblina.
Era un valle rodeado de montañas y pinos, con neblina cubriéndolo todo. Había una casa y en la casa una anciana que me alimentó y me dejó dormir. Cuando desperté la mañana siguiente parecía que el día era el mismo, la misma neblina, la misma humedad y aquella casa cubierta de polvo y soledad.  En la mesa de la cocina encontré una nota con una letra temblorosa: "Cuida de ella, es un buen hogar".  
Me encontré sola en una casa encargada.  Aún abatida lo único que se me ocurrió hacer fue limpiarla, sacudir todo ese polvo y llevar un poco de luz a cada una de las habitaciones.  Siendo una casa pequeña pensé acabar en un solo día, pero el día parecía ser eterno al igual que la casa.  En cada habitación una sorpresa. 
Podía entrar con la escoba y de pronto sentir la fría transparencia del agua de mar con su espuma en mis pies, asombrada primero y luego terminando por acostumbrarme vi volar por los pasillos aves multicolores, escuché ecos desconocidos, voces, vi brotar manantiales por las escaleras y también me acostumbré al vaivén diario de la marea.  Con el agua de mar llegaron los moluscos y animales de la costa.  Traté de sacarlos de la casa, correrlos, pero solo pude confinarlos a su respectiva habitación.
Luego de terminar mis tareas descubrí que el polvo estaba ahí de nuevo y era un polvo que visto en la quietud de la tarde era color de plata y como estrellas, y como hadas, y como luciérnagas... dejé que se quedara.
Salí al patio donde gracias al movimiento de mi intención de orden ahora correteaban toda clase de besstezuelas catalogadas y aún por catalogar. Incluso un exuberante jardín comenzó a extenderse en lo que antes eran solo pastos. Pensé en cortarlo pero me aburría tanta neblina alrededor, así que me encante al mirarlo.
Como era mucha casa y muchas habitaciones y mucho todo decidí que quería compartir la tranquilidad de ese lugar, así que puse un anuncio de habitaciones disponibles. 
A los tres días apareció un hombre, silencioso y de aspecto musgoso que ofreció sus servicios como jardinero, mozo y cualquier otro trabajo que yo le quisiera dar.  Le dije que no tenía como pagarle en ese momento pero cuando llegaran los huéspedes se lo recompensaría. Aceptó y se alejó a trabajar. Llevo dos meses sin verlo aunque sé que esta trabajando porque a veces el viento me trae sonidos de leña que es cortada, de leña que es juntada, sonido de cabras corriendo siendo pastoreadas... tal vez aparezca algún día. 
Es un lugar tranquilo, a pesar de haber un grupo de borregos explosivos que les ha dado por romper los cercos de piedra e incendiando los lugares de pastoreo.  De hecho ya secaron un arroyo de tanta agua que beben. Son seres destructores y detestables. Estoy por organizar una cacería con puercos salvajes para al menos alejarlos de estos lugares. 
En estas planeaciones he estado y he descubierto que este lugar es más grande de lo que suponía y que aún guarda muchos secretos, tal vez emprenda un viaje para conocer hasta donde llegan sus terrenos pero se que hay montañas y cavernas por un antiguo mapa que he encontrado con grandes áreas aún por registrar. 
Estos son los trabajos de esta casa, esta casa a la que he llegado huyendo de otra casa que se ha quedado vacía y en donde ya el amor no se asomaba. 
Sean bienvenidos, sientanse como en su casa.