martes, 1 de noviembre de 2011

Un día dejaré de llorar.



- Descansa ¿quieres?, intenta pensar en otra cosa, tal vez mañana te sientas mejor.
- No creo pero... gracias por escucharme, tal vez algún día deje de llorar...
- Eso espero, seguro que si. Cuídate.
- Si, igual descansa y perdona, necesitaba hablar con alguien. Te quiero.
- Yo también, descansa.

Colgó el teléfono y se recostó en la cama estirándose cuan larga era. Sus dedos se movieron en el aire con cierta ansiedad como desmenuzando una corriente inexistente. Suspiró y de nuevo comenzó a llorar desconsolada. Con cada sollozo su corazón se estremecía, parecía que había un hueco en el pecho que cada vez se hacía más y más grande y más doloroso. No quería saber de nada, que el mundo se fuera al demonio, no quería a nada ni a nadie.

Se apretó a su almohada y dejó que las lagrimas salieran a borbotones. "Si, quizás un día deje de llorar" - pensó. Y así llorando se quedó dormida bajo la azulosa luz de aquella noche.
De pronto ocurrió el prodigio:


Al poco tiempo de quedarse dormida, las lágrimas dejaron de brotar y se su lagrimal comenzó a resbalar un polvo fino que bajo la luz parecía hecho de cristal o de oro. Pronto esa arena fina como de reloj, comenzó a cubrirlo todo, surgieron dunas que pronto se vieron onduladas y moldeadas por el viento. Una pequeña luna llena apareció en el horizonte, justo a tiempo para ver esconderse a una tímida víbora cuyo rastro el viento pronto borró, la vida aparecía a pesar de todo entre las dunas de lagrimas secas. 

Un par de diminutos camellos sedientos aparecieron de entre la arena arrastrada por el viento corriendo hacía el lagrimal, el cual lamieron intentando buscar las últimas gotas de llanto pero no encontraron nada. Junto a ellos llegaron dos beduinos cubiertos hasta el rostro con ropas resecas y arrugadas. Ansiosos se hincaron junto al lagrimal.

-¿Es aquí? - dijo con genuina curiosidad el más anciano.
- Si, aquí es - dijo Abe. - Ha sucedido un prodigio, de este lagrimal están brotando estos cristales, esta arenita, estas dunas, este desierto... no hay más lágrimas, terminaron por secarse - dijo preocupado.
- ¿Es mejor así no crees? - dijo tosiendo el viejo. - Hay tiempo para que se levanten los mares y otros tiempos para verdes valles y otros más para extensos desiertos.
- Si, es mejor así. Siempre hay tiempos para el dolor, otros tiempos para que se acabe y deben venir tiempos para las alegrías, hay que hacer espacio. Estos ojitos no llorarán lagrimas líquidas en mucho tiempo, el océano de desesperación se evaporó - dijo descubriéndose el rostro y esbozando una bella sonrisa. - Dejemos este desierto- dijo mientras tomaba a los camellos desilusionados y se ponía de nuevo en marcha.


Cuando el sol se levantó sobre el horizonte recortando a la ciudad gris, sus rayos luminosos entraron en la habitación. Ella abrió los ojos y sintió como si hubiera dormido durante décadas, se sentía tan fresca y tan descansada. Se estiró y se levantó para ver por la ventana. El viento del otoño ya se movía por las calles, tan nuevo, tan lleno de oportunidades. Sonrío aliviada, se sentía tan bien, ya no tenía ganas de seguir llorando.

Se desvistió y corrió hacia el baño, que bien le caería tomar una ducha para comenzar el día. Con una bata y su toalla se perdió entre los azulejos dejando brotar el agua de la regadera mientras cantaba.

La luna de su desierto estaba muy lejos, tal vez en el otro extremo del mundo. Estaba tan contenta y tan aliviada que no se dio cuenta de que el viento que entraba por la ventana ya barría las últimas lagrimas secas convertidas en cristales que se perdían en la alfombra y que una tímida viborita, diminuta, de aquel desierto, se esfumaba para siempre entre los pliegues de las sabanas blancas y la colcha azul. 

Para Angela, con cariño y gran admiración.


Minificción soñada y escrita por Ahuizotl Gutiérrez, Ciudad de México 2011.

jueves, 25 de agosto de 2011

Naufragio



Llegué con Cecilia a la "Unidad Tecnológico" cuando comenzaba el verano. Luego de perdernos durante horas por casas, casas y mas casas del mismo color y el mismo estilo dimos con nuestra cerrada y nuestra casa: Cerrada de Cigüeña, Casa 29, un paraíso de casas ordenadas como fichas de dominó en tono crema y áreas verdes escasas y descuidadas.

Las casas 27 y 25 aún estaban en obra negra en ese entonces. Para nosotros estaba muy bien, eramos una pareja joven que solo necesitábamos un sitio pequeño y cómodo para llegar por las noches y cenar juntos. Cecilia había recién terminado un diplomado sobre comercio internacional y yo estaba por comenzar la maestría en esa universidad en el bajío tan lejos de nuestra familia y amigos. Me costó tanto convencerla, pero al final apelando a que yo la había apoyado en todos sus proyectos aceptó ir conmigo a ese olvidado paraje de la República y tratar de buscar trabajo en alguna de las empresas que comenzaban a establecerse en la zona.

No resultó como pensábamos. Pasaron los meses y nunca pudo acomodarse en ninguna empresa. Y en la que tal vez tuvo alguna oportunidad no quiso aceptarla porque el ambiente no le pareció apto para su desarrollo. Así que Cecilia se quedó en casa tratando de ordenar lo poco que trajimos en cajas y además se encargó de tratar de traer los servicios básicos como el cable y el teléfono a nuestro nuevo hogar.

Desde el primer día algo me dijo que no iba a funcionar pero mi terquedad y mi resolución a quedarme hicieron que pasara largas horas platicando con ella. Me decía que no había visto a ningún vecino en todos esos días, que había saludado a un hombre que se venía a las casas de enfrente y no le había devuelto el saludo, dijo además que había un gato y que cuando se descuidaba entraba y robaba comida, tenía miedo de que hubiera ratas, alacranes, arañas, no estaba segura de que las protecciones resistieran el ataque de la delincuencia, el agua de la llave le parecía turbia y por momentos un molesto olor a canal de aguas negras se metía hasta en los rincones más íntimos de la casa. La encontré llorando muchas veces desconsolada.

Para aumentar su descontento, las habitaciones de la planta alta no estaban terminadas y los cables de la instalación eléctrica aparecían por aquí y por allá. Decidimos quedarnos en la planta baja y ocupar el cuarto que en el folleto ilustrativo de la constructora decía que era el cuarto destinado al personal domestico, a la sirvienta pues, un cuarto pequeño y que daba al patio donde se tendía la ropa y estaba el calentador.

La tormenta comenzó días antes del desastre, debimos haberlo visto. Una tarde mientras poníamos unas repisas en la sala nos sorprendió una lluvia veraniega ligera y llena de luz que al final formó un arcoiris, llamé a Cecilia para mostrárselo desde la ventana pero ella me llamó alarmada pues había descubierto una gotera en uno de los cuartos de arriba. Con mucha prisa llevamos todas las cosas al cuarto de servicio y a la sala. Desde aquella noche dormimos apretados en un cuarto lleno de triques y cajas con nombres precisos sobre su contenido. Curiosamente algún efecto tuvo ese amontonamiento porque esa primera noche Cecilia se tornó cariñosa y hasta alegre, hicimos el amor toda la noche y por la mañana la descubrí cantando mientras hacía el desayuno.

Las tormentas tienen calmas engañosas, cielos como mantos que parecieran indicar que lo peor ha pasado pero que para hombres de mar y climatólogos sugieren una inevitable vorágine de agua, espuma y vientos aullantes. Eso sucedió precisamente. Dejé aquella mañana a Cecilia en nuestro hogar que ahora si sentíamos nuestro pensando que todo estaría bien. Por la tarde llegué acompañado de una oscura tormenta. Comimos en silencio, puse cubetas en todo el piso de arriba y una jerga en la entrada por si las jardineras se llenaban y brincaban algunas gotas hacia la entrada. Trabajé un poco sin que el agua cesara, Cecilia hizo té, nos fuimos a acostar. Esa noche ella se abrazó a mi con todas sus fuerzas cuando veía el resplandor del relámpago en la ventana o cuando esperaba el inevitable trueno. Me sentía tan macho en mi papel protector que la animé diciéndole que no tenía nada porque temer. En la madrugada hacia las tres un grito me despertó: era Cecilia que queriendo ir al baño había encontrado un charco, que no un arroyo que tímidamente se dirigía desde nuestra ventana abriéndose paso por la habitación esperando desembocar por la entrada. Saque mil jergas, ni siquiera supe cuando las había comprado pero el piso quedó cubierto de esa tela gris cremosa con rayas naranjas y rojas. Le dije que llamaría a la constructora para que vinieran a poner algún tipo de protección por la mañana.

Nuestras llamadas nunca encontraron respuesta, ya ni siquiera nos ponían musiquita relajante, simplemente el número ya no existía. Como hombre del hogar le dije que pasaría por el centro comerial que recién habían abierto sobre la autopista, yo me haría cargo, ¡si señor!.

Aquella tarde llegué un poco antes de lo esperado armado hasta los dientes con silicòn frío, barras de silicón para pistola caliente, yeso, plastilina hepóxica, un par de cubetas rojas (mi color favorito) y claro, más jergas. Pase varias horas hasta que se hizo de noche aplicando y tapando, colocando e inventado un campo de fuerza que nos protegiera de futuras inundaciones. Esa noche nos quedamos sin luz y cenamos con velas. Prendí mi radio de pilas y busqué alguna estación, encontré una débil señal de una estación que pasaba jazz, lo tomé como un buen augurio. Besé en la frente a Cecilia y nos acomodamos para dormir.

La tormenta llegó antes de la media noche cuando ya estábamos dormidos, los relámpagos hicieron temblar los cristales de la casa y el viento hinchaba puertas y ventanas, cuando comenzó a llover parecía que arrojaban peces desde el cielo porque los vidrios crujían. Con una lámpara comencé a revisar la casa y descubrí que tímidos hilillos de agua comenzaban a serpentear hacia el interior de la casa... no había tiempo para detenerlos, comencé a levantar papeles, zapatos, cajas de cartón y las amontoné sobre las sillas, sobre la cama, sobre la mesa del comedor. Cecilia brincaba en calzones y con mi camisa por toda la casa buscando sus cosas para ponerlas a salvo. Tomó la computadora y la puso encima de todo lo que ya estaba acumulado sobre la mesa. Detuvo a mis documentos de la escuela cuando eran arrastrados hacia la puerta, los extendió sobre un sillón. Prendimos velas que terminaban por apagarse con gotas muy decididas, nuestra linterna antes brillantes se volvió de luz ambarina. Derrotados y habiendo salvado gran parte de nuestros tesoros volvimos a la cama. Nos asomamos en la orilla como quien ve el mar desde un bote salvavidas. El agua antes tímida ahora corría por nuestra casa sin apenas reparar en nosotros. La tranquilicé diciéndole que toda tormenta termina por ceder y que a la mañana siguiente ya toda el agua se habría ido, además ya no había relámpagos. Escuchamos el agua y miramos el techo, tan oscuro como el cielo en un huracán. No pasó mucho tiempo antes de que volvieran los truenos y el cielo lanzara mas peces. Nuestra cama comenzó a moverse, a balancearse movida por las olas, los objetos que habíamos apilado se caían perdiéndose en la oscuridad como glaciares en el calentamiento global, como meros polvorones. Nos abrazamos. La cama crujía, la puerta se abrió y pude ver a mis cubetas rojas navegar por nuestra habitación hasta un remolino y salir de nuevo por donde habían llegado. La caja con los regalos de la tía Amelia las siguió pero no pudo alcanzarlas porque mojada como estaba terminó por hundirse derramando su contenido. Cecilia chillaba muerta de miedo, me llamó tirano, me dijo que ella nunca había querido venir a ese horrible lugar, me dijo que sus cremas seguramente terminarían en manos de los vecinos y por último me mentó la madre. Yo la apreté contra mí y no la dejé seguir hablando, me sujeté como pude a la cabecera de la cama y jalé las cobijas para taparnos.

Entre relámpagos, corrientes de aguas y cubetas flotantes nos abandonamos a la tormenta, nuestra cama-bote parecía sucumbir con cada nuevo embate, sin rumbo, sin dirección, sin timón y sin esperanza lloramos, reímos, nos enojamos y finalmente nos quedamos dormidos.

A la mañana siguiente el sol me recibió con sus potentes rayos, me encontraba en una costa desconocida donde sobresalían rocas de cartón cubiertas con vegetación de trapos y papeles, caminé abandonando el bote, la cama. Cecilia no se veía por ningún lado. Agotado tomé la maquina de escribir del piso y la volví a colocar sobre la mesa. Televisión, refrigerador y estufa, todo estaba húmedo. El césped de fotocopias brillaba con delicadas gotas de agua bien agarradas. La puerta estaba abierta, la escalera era una cascada seca. Nada prendía, nada funcionaba... y sobre el estéreo una nota rápida: "Me voy, atte: Cecilia. No me busques".

Amanecí en una costa desconocida, en un país sin nombre, arrojado por el mar a una tierra hecha de papel, cartón y recuerdos, todo me parecía conocido pero no podía siquiera nombrarlo con una palabra, agotado me senté en una roca que me recordaba a mi computadora. Lloré. Lloré por Cecilia, por nuestras cosas, por nuestro sueño de una vida feliz, por nuestros proyectos... lloré por el pinche contrato que había firmado con la constructora y que seguramente ahora iba camino al mar, a un mar de verdad...

Abatido me recogí en mi mismo sobre la roca computadora y miré hacia la puerta. "No me busques" dijo..., pues eso es precisamente lo que no haría. Ahora con la luz de la mañana podía abrirme paso entre las espesas matas de periódico y unisel, podía enfrentarme a serpientes eléctricas que chisporroteaban por doquier, "No Cecilia, no te voy a perder" me dije a mi mismo.

Antes de partir miré a la casa que yacía como un cetáceo encallado devorado por las gaviotas. Armado tan solo con mi abollada hombría al cinto y con el corazón extraviado me lancé tirando machetazos a diestra y siniestra internandome en la jungla. Quien sabe que peligros encontraría pero no me detendría hasta encontrar a mi amada. La tormenta me lo había quitado todo... ¡pero no me arrebataría a mi vieja, eso si que no señor!.

Avancé decidido, sobre la arena, sobre las copias.

Con amor para mi esposa Graciela, a quién no conocía pero ya imaginaba. 

Estación Creel, Bocoyna, Chihuahua, México 
Durante las lluvias del verano que vinieron a calmar los incendios.

martes, 9 de agosto de 2011

Diario de una casa: Llueve.



No ha dejado de llover en tres meses.  El suelo se ha lavado por arriba y por abajo, han crecido hongos por doquier y no dejan de crecer y dar hijos. Los hay naranjas y blancos, y etéreos, como sombrillas y como cojines cómodos, los veo y me recuerdo lo enmohecido de los muebles que mas que estar húmedos parecen navegar en la corriente.  Esta lluvia trae nostalgia, vértigo, no deja hacer nada mas que sumirse en libros de historias donde termina igual por llover, o uno solo se queda mirando el horizonte y los árboles desdibujados, y los animales que pasan escurridos como imaginando que existe un lugar del mundo seco y cálido.  Me ha invadido la nostalgia, esta casa me hace sentir alejada del mundo, como si los caminos tuvieran rutas laberinticas que me trajeran de regreso.  Puse mis maletas un tiempo cerca de la puerta con todo en punto arreglado, las ropas correctamente dobladas, los artículos de belleza oxidados, las cartas guardadas como cosa santa.  Seguro hasta doblé alguna polilla, alguna mariposa indiscreta y quedó ahí emparedada como cualquier otra camisa, como un cuello, como un puño.  Luego abandoné la idea, ver las maletas ahí en la entrada me creaba ansiedad y las regresé al cuarto pero aún no me animo a sacarla. 
Anoche entró una tromba, o al menos eso me pareció.  Desde mi cama mecida como un navío vi pasar una cubeta y después de la cubeta un ratón.  La casa comenzó a crujir desde sus cimientos, toda la madera se hinchó y una inundación de recuerdos llenó toda la casa.  Rostros conocidos, desconocidos y por conocer, cobijas y almohadas hinchadas llenas de cangrejos y muchas muchas cartas.  Encontré un reloj que creo que no marca los días ni las horas y me he quedado con él, porque así al menos no me desesperaré con el paso del tiempo o con su ausencia o con su monotonía.  Quisiera ir a casa pero ese lugar ya no existe mas que en mis recuerdos, ahí atesoro ese lugar con dulzura y dedicación.  Veo a mis hijos en sueños y los veo libres y luminosos y eso me resguarda el corazón. Intento que el agua no se meta dentro de mi casa torácica porque entonces si me ahogaría y el terror lo llenaría todo.  Intento imaginar quien vendrá, si alguien regresará de los que se han ido, si alguien llegara a llenar de luz esta casa.  Mientras tanto saco las 14 mil cubetas para reunir el agua de todas las goteras.  Mañana prepararé té de pensamiento verde, lo acompañaré con galletas hinchadas de agua y veré como me pinta el día.  Tengo que hacer un mejor menú, los pájaros azules rellenos de nube me los he ido acabando, los dejaré descansar algún tiempo.

lunes, 8 de agosto de 2011

Diario de una casa: Las rocas que cantan.



Luego de tener la casa llena de murmullos y sombras que van de un lado a otro me pareció conveniente dar un recorrido por la barda de piedra que rodea la propiedad y que por la neblina no se puede ser su completa extensión.  Para ello me ayudé de una anciana nativa que si bien no conocía la zona al menos parecía no tener miedo en internarse en esa blancura que lo desaparece todo.
Me dijo que mas adelante había unas rocas afiladas como cuchillos que con e viento adecuado silbaban y cortaban el aire produciendo un canto desencarnado.  No le di mucho crédito a sus palabras, al fin y al cabo para mi era una uva pasa andante, pero al ver aquella mole de piedra en la propiedad me convencí de que se había quedado corta en sus descripciones.  
La roca de un color ligeramente naranja aullaba como una manada de lobos hambrientos, pero cuando el viento caracoleaba entre sus cuchillas se escuchaba el débil sonido de flautas, silbatos, aves dentro de bolsas y cierto tamborileo. 
Era aterrador, quise correr, no había visto nada como eso en toda mi vida y me parecía aún más antinatural que estuviera ahí precisamente en la parte más profunda e imperturbable de el terreno donde quería yo establecer la posada. Traté de acercarme a la base aún con la piel chinita de terror pero no pude porque abajo había un grueso bloque de arbustos espinosos que me dejaron la piel surcada de zarpazos.  Le pedí a la anciana que regresaramos, pero entonces en un murmullo me dijo que no podíamos, que teníamos que esperar a que el viento sonara como pequeñas campanitas porque de lo contrario el viento nos haría jirones con increíble facilidad.  Le pregunté que como sabía todo eso, y ella me dijo que en ese lugar había perdido a varios de sus hermanos luego de que anduvieran buscando a los elefantes pigmeos que acostumbraban pastorear tierras arriba, era común que alguno de los paquidermos curiosos se extraviaran en el bosque y dieran con la piedra que cortaba el viento.  Yo le dije que  esas eran puras ideas de viejas a lo que solo guardó silencio disgustada y se sentó a esperar. Estaba por dar un paso para alejarme de esa locura de viento y sonidos cuando algo de sentido común me detuvo y avergonzada me senté junto a ella.
Pasaron tres o cuatro horas hasta que de pronto como si solo fuera un sueño del silencio apareció un débil sonido de campanitas y entonces como si solo tuviera la edad de una chiquilla la anciana se levantó y me tomó del brazo, corrimos ladera arriba hasta quedarnos sin aliento. Cuando nos detuvimos sentimos una cuchillada detrás de nosotros rebanando el viento.
De regreso encontramos varios cercos rotos o quemados por los borregos explosivos, eso no puede seguir así, las liebres ya no vienen a tomar el sol. Se de un cazador de borregos explosivos que utiliza puercos salvajes para acabar con ellos pero la última vez que se le vio andaba en una región remota.
Me gusta de la casa que llegan las golondrinas por montones y parecen no migrar a ninguna parte, se la pasan dando vueltas del techo a las rocas mas cercanas y de regreso, no se si encuentran alimento pero veo pender de sus nidos bastantes objetos que tal vez son echados de menos en algunos hogares. Ladronas. 
La casa estuvo llena de muchas voces en días pasados pero llegaron las lluvias y los cuartos se han ido quedando vacíos.  Tenemos 6 habitaciones ocupadas pero prontas a desocuparse, en una hay una pantera que se pierde durante días por los cerros y regresa hambrienta y con ganas de guerrear.  En otra hay una niña silenciosa y misteriosa que se parece a muchas cosas que he visto en el mundo y a ninguna, me intriga.  Hay un deportista de otro tiempo que parece haber venido a descansar del mundo y se ha sentido muy cómodo entre nosotros, no quiere irse pero tendrá que hacerlo.  Tal vez nuestras dos huéspedes, madre e hija se queden algunos meses con nosotros pero hay un total desanimo ante la poca presencia de aves rosas, dice que el bosque no es lo mismo sin ellas. Y yo, pues aquí estaré cuidando esta casa con sus ruidos y su polvo, quien sabe que otras cosas encontraré.


viernes, 5 de agosto de 2011

Diario de una casa: Casa Vacía.



Yo dejo casa vacía, para alejarme de el dolor, dejando atras todos los secretos, esta vez me alejo yo...
Eh prometido no volver, y llevarme hasta la ultima semilla, las flores muertas, ya caídas y desaparecer...

- Casa Vacía, Hello Seahorse!


Llegué a esta casa huyendo de un matrimonio lleno de abusos y de unos hijos que se desperdigaron por el mundo sin siquiera voltear a verme.  Caminé por las montañas, atravesé ríos, bajé a las cañadas mas abruptas desolada y con los ojos cubiertos de llanto.  Luego de muchos días caminando a la deriva me encontré rodeada de neblina.
Era un valle rodeado de montañas y pinos, con neblina cubriéndolo todo. Había una casa y en la casa una anciana que me alimentó y me dejó dormir. Cuando desperté la mañana siguiente parecía que el día era el mismo, la misma neblina, la misma humedad y aquella casa cubierta de polvo y soledad.  En la mesa de la cocina encontré una nota con una letra temblorosa: "Cuida de ella, es un buen hogar".  
Me encontré sola en una casa encargada.  Aún abatida lo único que se me ocurrió hacer fue limpiarla, sacudir todo ese polvo y llevar un poco de luz a cada una de las habitaciones.  Siendo una casa pequeña pensé acabar en un solo día, pero el día parecía ser eterno al igual que la casa.  En cada habitación una sorpresa. 
Podía entrar con la escoba y de pronto sentir la fría transparencia del agua de mar con su espuma en mis pies, asombrada primero y luego terminando por acostumbrarme vi volar por los pasillos aves multicolores, escuché ecos desconocidos, voces, vi brotar manantiales por las escaleras y también me acostumbré al vaivén diario de la marea.  Con el agua de mar llegaron los moluscos y animales de la costa.  Traté de sacarlos de la casa, correrlos, pero solo pude confinarlos a su respectiva habitación.
Luego de terminar mis tareas descubrí que el polvo estaba ahí de nuevo y era un polvo que visto en la quietud de la tarde era color de plata y como estrellas, y como hadas, y como luciérnagas... dejé que se quedara.
Salí al patio donde gracias al movimiento de mi intención de orden ahora correteaban toda clase de besstezuelas catalogadas y aún por catalogar. Incluso un exuberante jardín comenzó a extenderse en lo que antes eran solo pastos. Pensé en cortarlo pero me aburría tanta neblina alrededor, así que me encante al mirarlo.
Como era mucha casa y muchas habitaciones y mucho todo decidí que quería compartir la tranquilidad de ese lugar, así que puse un anuncio de habitaciones disponibles. 
A los tres días apareció un hombre, silencioso y de aspecto musgoso que ofreció sus servicios como jardinero, mozo y cualquier otro trabajo que yo le quisiera dar.  Le dije que no tenía como pagarle en ese momento pero cuando llegaran los huéspedes se lo recompensaría. Aceptó y se alejó a trabajar. Llevo dos meses sin verlo aunque sé que esta trabajando porque a veces el viento me trae sonidos de leña que es cortada, de leña que es juntada, sonido de cabras corriendo siendo pastoreadas... tal vez aparezca algún día. 
Es un lugar tranquilo, a pesar de haber un grupo de borregos explosivos que les ha dado por romper los cercos de piedra e incendiando los lugares de pastoreo.  De hecho ya secaron un arroyo de tanta agua que beben. Son seres destructores y detestables. Estoy por organizar una cacería con puercos salvajes para al menos alejarlos de estos lugares. 
En estas planeaciones he estado y he descubierto que este lugar es más grande de lo que suponía y que aún guarda muchos secretos, tal vez emprenda un viaje para conocer hasta donde llegan sus terrenos pero se que hay montañas y cavernas por un antiguo mapa que he encontrado con grandes áreas aún por registrar. 
Estos son los trabajos de esta casa, esta casa a la que he llegado huyendo de otra casa que se ha quedado vacía y en donde ya el amor no se asomaba. 
Sean bienvenidos, sientanse como en su casa.

miércoles, 8 de junio de 2011

La Canción del Arroyo.


Bajaron por un sendero olvidado hace muchos años, la hierba había crecido por doquier y a veces el rastro del camino que bajaba al riachuelo se perdía entre la vegetación. Había que imaginarlo a tramos, tarea nos siempre sencilla, a esas horas el cansancio ya había abollado las imaginaciones, así que encontrarlo fue más una tarea de perseverancia que de imaginación.

El sol estaba por ocultarse tras las montañas, un resplandor blanco que lo cegaba a uno parecía consumir los árboles en la cumbre. Metros abajo, iluminó un hilillo de plata. Ahí estaba el arroyo.

Ambos aceleraron el paso. Resbalando, entre emocionados y apurados por tener algo de luz para poder establecer el campamento continuaron el descenso, ella resbaló y golpeó contra una roca, dolió el golpe pero no se detuvo, continuó carrera abajo siguiendo su instinto para encontrar el mejor camino.

Pasaron con mucha dificultad entre una delgada abertura entre una roca gigantesca y por fin llegaron a ese hilo de agua que se arrastraba casi como un susurro en medio del bosque.

-Cuanto tiempo tenemos- preguntó él.
-Menos de 10 horas - contestó nerviosa, -Debemos apurarnos.

Él se arrodillo en la orilla del riachuelo y comenzó a buscar dentro de su mochila. Luego de sacar una bolsa llena cables y complicadas conexiones, extrajo por fin una caja de madera con dos orificios. Con cierta reverencia, de la caja de madera extrajo un aparato envuelto firmemente con maskin-tape y plástico de burbujas. Volteó a verla para decirle que lo disculpara por ocuparse de eso primero, pero ella sin decir nada le dio a entender que estaba bien, que ella se ocuparía de establecer el campamento para esa noche, que él se encargara de instalar el equipo, porque no había tiempo que perder.

- Será lindo escucharlo antes de que desaparezca bajo la presa - dijo concentrado, -Será una linda grabación.


Julio y Nadia se habían conocido en la universidad cuando coincidieron en algunas materias mientras estudiaban biología. Al poco tiempo de ser amigos comenzaron a tener una relación y de ahí en adelante no hubo fuerza que pudiera separarlos, ya que además del amor que sentían el uno por el otro, también descubrieron con el tiempo que tenían las mismas pasiones en la vida. Ante todo estaba el arte, la música, la naturaleza.

Así recorrieron festivales de música clásica y barroca, jazz, música experimental y electrónica, meditaron juntos acompañados por el canto de las ballenas, recorrieron pequeños poblados en el interior del país y se sorprendieron con el arte de lo lauderos... aún con todo ello, algo dentro de sus almas les decía que la música podía ser aún más extensa, que había millones de sonidos por descubrir, tal vez traídos de otras dimensiones, del interior de la tierra o del corazón. Leyeron sobre los conocimientos musicales obtenidos por Pitagoras, sobre la leyenda del templo de Memnon en Tebas, conocieron el órgano hidráulico en un festival de música antigua, vieron a un prodigioso músico belga tocar la armónica de cristal inventada por Benjamín Franklin en un video de youtube mirandolo emocionados. De la misma manera conocieron el hidroulófono, un instrumento recreativo que funcionaba por medio de la presión del agua. El agua podía hacer música.

Por mucho tiempo creyeron avanzar en su búsqueda, pero pronto fue claro que había limitaciones técnicas y en repetidas ocasiones llegaron a callejones sin salida. Tal vez no existía lo que ellos estaban buscando.

Muchas veces ella despertaba por la noche y le decía en un susurro:

- He escuchado música otra vez...
- ¿Otra vez? - el le contestaba medio dormido.
- Sí, otra vez. Y no se que instrumento podría producirla, el sonido me helaba el corazón y al mismo tiempo sentía un paz infinita... no se como describirlo mejor-.
- No te atormentes - le decía él, abrazándola, -Grábala como siempre, trata de describirla con silvidos y tarareos, mañana quizá le encontremos una explicación, o la manera de reproducirla, algo se nos ocurrirá- concluyó amoroso.

Y ella cerraba los ojos intentando dormir pero lloraba en silencio. Se decía a si misma "esa música debe de provenir de algún lugar, no se puede quedar en mi cabeza".

Él sabía el tormento que significaba guardar esa música extraña en su cabeza, no podía entenderlo del todo, pero la amaba y para él sus explicaciones eran suficientes para emprender esa extraña empresa de perseguir sonidos que no existían.

Sin embargo por mas que perseveraron, no encontraron una solución. Desalentados y frustrados regresaron a sus actividades cotidianas, se sumergieron en el trabajo y en la rutina. Él ni siquiera preguntaba que sucedía cuando por las noches ella brincaba despertando de un sueño. "Ella solo susurraba : "No es nada, duerme".

Los días se hicieron meses, los meses se hicieron años y de pronto la solución llegó como un torbellino cuando el asunto parecía haber sido olvidado y devorado por la rutina.

Ella leía una revista que alguien se había robado de algún avión mientras esperaba turno en su cita con el destista. En la publicación, aparecía un minúsculo artículo sobre un artista alemán que decía estar buscando el sonido de las rocas. Para él, decía, eran organismos viejísimos llenos de vida, tanto como las plantas o nosotros mismos. "Solo duermen" decía en el pie de la imagen. De pronto no se sintió tan sola. La llamaron para que entrara al consultorio. Arrancó la página de la revista y doblándola la metió en su bolsa de mano.

Para él la respuesta resultó ser una casualidad aún más extraña, sucediendo el mismo día que Nadia ojeaba la revista. Al empezar el mes había decidido comenzar a correr, le habían realizado una prueba de azúcar en la sangre y había salido bastante alta. Debía cuidarse, en su familia había un largo historial de diabeticos. Comenzó a correr todas las tardes luego de salir del trabajo, un amigo le había sugerido ir al "Sope" una pista ubicada en la Segunda Sección del Bosque de Chapultepec. Aquella tarde llegó a la pista como las semanas anteriores pero encontró que habían comenzado a darle mantenimiento y estaba cerrada por trechos. Decidió correr en el exterior, tenía años que no andaba por esas zonas. Llegó a la fuente del Tlaloc monumental, el cielo se puso rojo y comenzó a llover. Corrió a cubrirse a un edificio junto a la fuente. Vio a un policía que aburrido caminaba de un lado a otro cuidando el recinto, lo vio pararse y salir a caminar al exterior como revisando algo. Y entonces lo escuchó, era un sonido metálico, armónico pero desordenado al mismo tiempo, parecía no ser producido por manos humanas... su corazón se aceleró. Cuando el policía regreso, excitado le pregunto:

- ¿Que es ese sonido?, ¿que lo produce? - sus palabras temblaban de emoción.
- Ah... ¿ese sonido?... lo produce el agua - le dijo con una sonrisa complaciente, - Es la Cámara Lambdoma, está todo en la guía del sitio - y le señaló unos cuadros informativos cubiertos de acrílico.

Corrió a casa y le platicó su hallazgo a Nadia, Nadia le mostró excitada la página arrancada. Sus ojos brillaron de emoción, una puerta parecía abrirse en un mundo estandarizado de sonidos. Esa noche después de hacer el amor durmieron como santos. Nadia dejó que la música en su cabeza sonara sin tratar de contenerla, la dejó brotar a borbotones, ya encontraría la manera de que el mundo la escuchara.

De ahí en adelante se dedicaron a investigar todo lo que podían sobre lo que habían descubierto cada uno por su lado. Del artista alemán no encontraron nada, tal vez solo había sido una nota a la que no se le podía encontrar referencia como ocurría muchas veces cuando las publicaciones solo buscaban sorprender a sus lectores y tener su atención por unos breves segundos con notas asombrosas o desconcertantes.

Sobre la cámara Lambdona investigaron todo lo que pudieron, llegaron a Pitagoras, a Isaac Newton, a Barbara Hero... habían encontrado un hilo delgado e incierto, pero real, que los llevó finalmente a estar frente al creador de la Cámara Lambdoma que se encontraba acompañando al mural de Diego Rivera "El orígen de la vida" en el Cárcamo de Lerma, ahora de Dolores.

Cuando tuvieron frente a ellos a Ariel Guzik creyeron por un momento que de su boca emergerían los sonidos de la lambdona y no palabras comunes y corrientes. Estaban maravillados pero no sabían por donde comenzar a sorprenderse: por su juventud, por su valor para emprender la búsqueda de sonidos, por su silencio bondadoso o por su genialidad. Emocionados, platicaron toda esa noche con el sabio. Ahora sabían con toda certeza que no estaban solos, y que aunque eran pocos, había gente en el mundo buscando los sonidos ocultos tras la cortina del silencio.

Aquella noche fue una de las mas felices de su vida, luego de dejar la casa de Guzik subieron al carro y se quedaron en silencio todo el camino de regreso. Se llenaron la cabeza de sueños y se fueron a la cama con una sonrisa en el rostro.

Un mes después tocaron de nuevo a la puerta de Guzik, no le sorprendió verlos, desde su visita había pensado mucho en ellos. Los tres se miraron con ojos llenos de luz.

- Queremos escuchar lo que cantan los ríos, lo que canta el agua, en realidad... - le dijo ella con palabras atropelladas. Julio asintió casi suplicando con la mirada. - Lo queremos escuchar todo... - terminó ella con ojos emocionados.

Ariel Guzik lo comprendió todo perfectamente, bajó la mirada y comenzó a meditar sobre el asunto.

-Regresen en 6 meses - les dijo,- Creo que puedo ayudarles-.

Cuando Guzik les entregó aquella caja negra de metal, ellos no entendían muy bien que estaban recibiendo, pero sabían que era la respuesta a muchos años de preguntas y noches con sueños intranquilos, así que la tomaron con todo el respeto que se merecía como un objeto casi de culto, como un regalo de los dioses a la humanidad. Miraron a Guzik como un moderno Prometeo.

- Aún no se como llamarla - les dijo, - Es una cámara lambdoma portatil, magnificará los sonidos, aún los inaudibles, los que se esconden a nuestro oído. Ahora que la veo, creo que debió haber sido inventada hace siglos, tal vez la humanidad sería otra- sonrió. -Todos deberían tener una y cargarla consigo-.
- Es hermosa - dijo él.
- Sí - dijo orgulloso Guzik, -Sobre todo cuando hace cantar al agua-.

Agradecidos se deshicieron en halagos hacía el sabio que hacía cantar a los objetos inanimados, no había nada en el mundo que pudiera pagar un regalo tan maravilloso. Contentos, se marcharon entusiasmados, con la ilusión de escuchar al fin.

Durante meses viajaron a lugares donde había ríos, viajaron a la costa y escucharon un canto distinto al que conocían del mar, utilizaron la lambdoma en las fuentes de los jardines públicos y escucharon. Quedaron maravillados. Había tanto por escuchar... No se cansaban de buscar nuevas fuentes de sonido.

Una tarde mientras preparaban la cena al final del día ella le mostró un artículo en el periódico. En un pequeño recuadro aparecían unos tubos gigantescos y enormes maquinas de construcción. Era el pueblo de su abuela paterna, un lugar en en estado de Hidalgo. Inundarían una amplia región para construir una presa que suministraría energía eléctrica a toda la región. El recordó entonces que en su infancia había visto un arroyito abrirse paso entre el árido paisaje. Un arroyito que sin embargo, había logrado crear una delgada línea de bosque por donde quiera que pasaba. No necesitaron decir nada, la región se inundaría en dos días. Ni siquiera avisaron en sus trabajos. Empacaron la Cámara Lambdona y tomaron la autopista rumbo a esa región en el estado de Hidalgo.

Habían escuchado el canto del mar, de ríos impetuosos, de fuentes creadas por el hombre, de manantiales y hasta del agua del grifo. Sería una oportunidad única escuchar a un arroyo tan decidido a abrirse pasó entre el desierto, a esa lengüita de agua que le quitaba la sed a esas tierras áridas. Seguro tendría mucho que decir.

Y así, casi a oscuras, atropellando el paso habían llegado por fin a ese hilito de plata que zigzagueaba entre las duras piedras. Julio sacó la Lambdona y comenzó a conectar los cientos de agujas que amplificaban el sonido al entrar en contacto con el agua.

Un sonido frío y vasto como la oscuridad de la noche se escuchó en los altavoces. Los grillos dejaron de cantar. Todo el monte se quedó en silencio. Las montañas incluso parecían prestar oído. El riachuelo les ofrecía un concierto amplificado, como de cristal, como de rocas frotadose suavemente, como de viento y cosas frías, como de resequedad y abandono, de tantas cosas y al mismo tiempo de nada que conocieran.

Por respeto o por envidia, por el privilegio o por la alegría, desconectaron los altavoces y conectaron los audífonos. Se abrazaron en medio de una noche estrellada afuera de su tienda de campaña, mientras los reflejos del arroyo brincaban aquí y allá cantando en la quietud de la noche.

- Es hermoso - dijo ella y sonrió. Le dio un beso.
- Sí... - solo pudo decir él antes de que una lágrima temblara en uno de sus ojos, - Es hermoso-.


Cuento de: Ahuizotl Gutiérrez Castillo / Creel, Chihuahua, México 2011.

domingo, 5 de junio de 2011

La visita.


Cuando era niño emprendí un viaje de dos días atravesando nuestro vasto mar junto a mi padre. Mi padre en ese entonces era un hombre serio pero de sonrisa amable, ahora ya no tiene sonrisa. No hacíamos ese viaje muy a menudo, las distancias eran enormes y cada viaje era planeado de acuerdo a su utilidad. Pero aquel viaje fue distinto, no tenía ninguna finalidad que resultara en alguna ventaja para nuestra granja. No, en aquella ocasión solo visitaríamos a un tío y su pequeño hijo en el tiempo en que salían del mar las Almeeinas.

El viaje de dos días se hacía en un mar tranquilo de diminutas olas, pasando el punto más profundo de apenas 5 metros de profundidad todo el resto del viaje se realizaba en un extenso mar sin puntos de referencia con una profundidad de apenas 60 centímetros. Lo mejor en esas situaciones era usar un Molokk, una especie de cochinilla marina de gigantescas dimensiones que con sus miles de diminutas patas avanzaba enterrándolas en la arena. Para nuestro viaje, nosotros habíamos colocado una plataforma sobre su cuerpo anclandola a su dura coraza, con lo cual no se le hacía ningún daño a la noble vestía pues los tornillos se sujetaban a su gruesa corteza de piel muerta.

Como es tan baja el agua, a veces saltaba de la plataforma y caminaba al lado del molokk. Los pececillos se juntaban bajo su sombra y comían la materia orgánica que escarbaba con su patas. A veces me gustaba mirarle los ojillos pequeños y negros como de vidrio, me preguntaba que pasaría por su mente de cochinilla gigante marina. Nunca pareció molestarse, creo que era un trabajo sumamente sencillo de realizar y además le encantaba caminar por ese océano poco profundo. El mundo -mi mundo-, desde que salía el sol y aparecían nuestros dos diminutos satélites, era siempre de color naranja, y a veces hacia el atardecer, de un color rosado.

Mi papá en aquel tiempo tenía el cabello corto con el tradicional corte que le cubría las orejas, símbolo de su pertenencia al grupo de los agricultores, hombres valientes regados por todo ese mar en diminutos islotes. Recuerdo su cabello rojizo casi naranja apenas agitado por la brisa. Me ha mirado siempre con orgullo. En nuestra cultura las familias solo tienen dos hijos, una niña y un niño. Los hombres son educados en las labores del grupo al que pertenezca el padre, mientras que a las niñas se les instruye en toda clase de artes y ciencias, como predecir el mejor momento para sembrar un cultivo, conocer el ritmo de las mareas o leer las estrellas. Mi madre y mi hermana rara vez vienen a la granja, cada dos meses podemos visitarlas en el templo, pero aún en esas ocasiones, me parece que son dos desconocidas. Y es que sus mentes son tan elevadas para mi.

Los hombres somos más simples. Creo que mi padre a veces extraña a mi madre, se le nota la nostalgia en el brillo de los ojos. Pero no extraña a la mujer que es ahora, esa mujer que nos recibe en una sala privada en el templo con su cabello largo, teñido de un color añil atado en un complicado peinado, con su túnica también añil que le cubre hasta los pies. Creo que más bien extraña a la niña que conoció en una playa hace muchos años, en esos breves años en que los hombres pueden convivir con las mujeres aun niñas durante la misma estación en dos años distintos. Creo que entonces su sonrisa debió ser más grande por como lo recuerda todo. No se acostumbra contar como es que un hombre y una mujer se escogen pero alguna vez lo encontré distraído y un poco aturdido por los vapores de los alcoholes de fruta y entonces me contó como escogió a mi madre.

Mi madre corría con su cabello, aún rubio y corto por la playa con una túnica corta color rojo. Le sonrió y le mostró una concha de molusco con pintitas rosas. Supo entonces que quería preservarse con ella y creo que ella sintió lo mismo. Decidieron preservarse prometiéndose uno a otro. Ella al otro día partió rumbo al templo a reincorporarse a sus clases. Ocho años después se encontraron en la misma playa y cumplieron su promesa. Y crearon una nueva rama para sus familias. Solo una niña y un niño. Yo soy mayor que mi hermana por dos años.

Cuando llegamos al lugar donde vivía mi tío me dio gusto ver de nuevo tierra firme a pesar de que solo había estado en la plataforma por dos días. Salté y asuste a los peces que llevaban todo ese tiempo arremolinándose entre las pastas del molokk.

Corrí y como dicta la costumbre saludé primero a mi primo y le entregué un presente: una concha de sarakoal, muy rara, de un leve tono verde, toda una rareza. Luego saludé a mi tío. Mi padre y mí tío se metieron a la casa que era una bola blanca con un pequeño agujero en la parte de enfrente. Así eran las casas de toda esa zona, muy distintas a las nuestras en forma de cono.

Mí primo es algo digno de verse, con su cabello negro, no pude quitarle los ojos de encima, aún ahora solo conozco dos personas con el cabello oscuro. Mi padre me dijo que estaba bien que fuera a jugar con él, que él tenía asuntos importantes que tratar con mi tío.

Mi primo me llevó por un camino abierto entre la vegetación. Había muchas de esas semillas que flotan en el aire como burbujas y que se embarran en la ropa, no recuerdo su nombre. Es un poco desagradable pero uno termina por acostumbrarse, mí primo me aseguró que se pueden comer, pero yo no me atreví a probarlas. Caminamos unos cuantos minutos hasta llegar a otra playa protegida por una bahía pequeña. Había otros niños jugando entre las piedras y un joven mayor que nosotros tocando una especie de trompeta curva. Al vernos nos invitó a acercarnos a donde estaba y nos señaló hacía las olas. Ahí en el agua cercana a la playa se podían ver unas luces rojas jugando entre los reflejos del atardecer, mi primo y yo brincamos de emoción. Yo nunca había visto una Almeeina y tendrían que pasar 5 años más para que las volviera a ver así que estaba impaciente por verlas salir del mar para internarse en el bosque.

Las Almeeinas para ustedes que no las conocen, son una especie de gusanos gordos y transparentes de metro y medio de longitud, se arrastran desde el mar en donde pasan toda su vida o al menos eso se supone, porque cuando se internan en el mar nadie vuelve a verlas, al menos nadie de las personas que conozco dice haberlas visto durante esos cinco años que pasan en el mar. Mi hermana que pronto todo lo sabrá todo, me explicó que las Almeeinas son como enormes colmenas, como hormigueros, están llenas de túneles y agujeros por donde corren pequeños erizos rojos de patas articuladas que brillan con una intensa luz rojiza. Es como una enorme industria, la Almeeina los transporta dentro de su cuerpo y les sirve de casa y refugio mientras que esos erizos a los que nosotros conocemos con el nombre de Elús le proporcionan alimento, cuidan de ella, le dan limpieza y mantenimiento. Viven en ella y para ella toda su vida que se cuenta en cientos de años, son organismos viejísimos. Además del atractivo de verlas salir del mar con sus cientos de luces rojas corriendo de un lado a otro, su llegada se toma como un buen augurio para las playas en donde aparecen, pues se ha comprobado que en su paso mientras se internan el el bosque exudan preciosos nutrientes que los agricultores agradecen pues les otorgan grandes beneficios a los cultivos.

Seguimos algunas al bosque, tocamos una, era gelatinosa. Pronto en el lugar en donde la tocamos los Elús se juntaron para protegerla. La dejamos seguir su camino. Luego nos sentamos en la playa y seguimos contando cuantas llegaban jugando a ver quien contaba más. El cielo se cubrió de estrellas blancas mientras que en el mar seguían apareciendo miles de estrellas rojas.

Aún recuerdo ese viaje con mucha emoción. Mi primo me dijo que buscaría una niña de pelo oscuro para preservarse pues le encantaba ser tan único y despertar el asombro de todos en donde quiera que se presentara. Yo le desee suerte, pues encontrar una niña de pelo oscuro es aún más complicado que encontrar una sarakoal verde, mucho más complicado.

Pronto me tocará buscar una niña para preservarme. Me produce muchos nervios aunque mi padre y mi tío me aseguraron que los momentos de conversaciones y acuerdos con las niñas fueron los mejores días de sus vidas. Aún así me da un enorme terror. Platiqué aquella vez mucho al respecto con mí primo, pero él al contrario de mí se sentía profundamente ansioso y emocionado porque pronto llegara ese día.

A veces me pregunto si habrá Almeeinas en planetas de aquellas estrellas blancas, o si habrá niños correteandolas. También me pregunto si en esos planetas habrá niñas como las nuestras jugando con las olas, y no bolas de gas voraces, como aseguran mi madre y mi hermana, ellas que lo han estudiado todo.

Ese fue un tiempo bonito. Me despido. Que tengan hermosas vistas del cielo donde quiera que sus ojos se abran en este inmenso universo.

Saludos
Etuc.


Cuento de Ahuizotl Gutiérrez Castillo / Escrito en Creel, Chihuahua, imaginado en Costa Esmeralda, Veracruz, México 2011.


jueves, 19 de mayo de 2011

Mi primer recuerdo 03:35



Anoche tuve un sueño, el sueño de mi primer recuerdo. Había un tunel todo hecho de terciopelo con los colores del musgo, el viento me arrullaba, yo en un pasto eterno en forma de tubo, hacía "uh-uh" y las pequeñas fibras se animaban moviéndose de un lado a otro a su capricho. Vi una tortuga, una tortuga de ojos de botón que me miraba con  un brillo bobo como de canica perdida. Cuanta fortuna tener por compañera de primer recuerdo a un quelonio, a una bestia de caparazón suave y ojos de vidrio.  Ni siquiera había cielo en aquel recuerdo, ni una estrella, ni una minúscula estrella, solo el brillo de los ojos de canica. Y me dormí, en una espiritrompa de peluche y terciopelo escuchando el susurro del viento y el silencio de la tortuga, sin adivinar cuantos milagros vería en este mundo que navegaría a mis anchas.

Saludos.

P.D.: Gracias amigo Ahui por prestarme tu ilustración, no pudo quedar mejor, ojalá pronto tomes un cuarto de esta casa que es tanto tuya como mía.  Esperaremos al viento en el comedor mientras el polvo nos deleita con sus  historias. Gracias de nuevo.

No soy uno, sino muchos...

No soy uno sino muchos, mis palabras se mezclaran con las de otros al igual que las imágenes en mi cabeza, mis trazos y mi danza, es una casa para mis amigos, para los melancólicos, para los de pies inquietos, para los que el mundo les ha cerrado las puertas a las tres de la mañana, hay disponibles habitaciones para bailarinas jubiladas, payasos de carrera larga, para buzos con escafandra :D, para seres etéreos de cabello largo que cubren el cielo estrellado, para las bestias del mar, para los voladores, para seres imaginarios y caravanas de maravillas... toquen a la puerta, tal vez les guste, porque somos pocos pero somos familia, somos los abandonados de una vida cada vez más rápida, olvidos de otra era, sombras en la pared.

Sean bienvenidos.